Capítulo 21. Un paseo en un día de verano. Cuarta parte

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Ella era una beldad, una sinfonía de encanto y gracia.  Su belleza no se limitada solo a las facciones de su rostro; era una amalgama de delicados gestos, una voz que acariciaba el alma, unas manos que parecían esculpidas por la misma divinidad y un cabello rizado que irradiaba un resplandor único bajo la luz del sol. Su figura se movía inequívocamente como una llama envuelta en un círculo brillante y Arthur la seguía hipnotizado, atraído y dominado por aquel resplandor.

— Es una criatura fascinante, pensó el hombre, seducido por su dulce presencia.

Candy poseía una sensibilidad y fragilidad tan exquisitas que Arthur la había observado en múltiples ocasiones llorar de felicidad ante los maravillosos prodigios que les rodeaban. La belleza de un nuevo nacimiento, la ternura de un anciano sabio, la exuberancia de la naturaleza que los abrazaba, cada uno de estos momentos era motivo de profunda admiración y emoción para la joven.

Desafortunadamente, el médico también era testigo de la sombra que la melancolía arrojaba sobre ella. Era como una neblina que envolvía a la joven en momentos precisos, un pesar que penetraba su ser, escudriñando su alma hasta lo más recóndito para arraigarse y atormentarla.

Cada vez que observaba ese cambio palpable que entristecía las facciones de la muchacha, Arthur sentía un dolor profundo, compartido con ella en silencio. Anhelaba con fervor sanar esa herida invisible y hubiera dado todo por devolver a su rostro la brillante sonrisa que tanto lo maravillaba.

Pero todo era inútil en esos momentos, Candy se cerraba en su delicado caparazón donde nada más que ella y aquella odiosa melancolía podían coexistir como dos seres inseparables y unidos por el tiempo.

Arthur poseía la perspicacia necesaria para entender que los pesares de Candy provenían de otro hombre, posiblemente Terence Graham. Había sido Eliza Lagan quien, una noche en Chicago, había sembrado la duda en su mente, insinuando la veracidad de sus palabras. La profunda afectación que había experimentado Candy al enterarse del matrimonio de ese actor no escapó a su observación esa misma noche; él había sido testigo de su desconsuelo. De hecho, guardaba aún consigo el artículo de Broadway Brevities que había revelado la noticia. En un principio, Arthur había considerado devolverle esa nota a Candy, pero al recordar la angustia reflejada en su rostro aquella noche, optó por abstenerse. "¿De qué serviría recordárselo y entristecerla nuevamente?" Se cuestionó a sí mismo para justificar su decisión de retenerla. Con el paso del tiempo, sin embargo, Arthur se vio falto del coraje necesario para infligirle ese dolor a la joven, por lo que finalmente abandonó la idea de devolverle aquel antiguo artículo de revista.

No obstante, en numerosas ocasiones, tras aquel evento, deseó interrogarla, pero siempre rechazó la idea. Había tanta delicadeza, tanta reserva en los momentos en los que ella perdía su natural jovialidad y caía en la aflicción, que intervenir le pareció una profanación de su parte. Por ello, se limitó a observarla en silencio, resignado a no perturbar su dolor.

Él comprendía a Candy más de lo que ella jamás llegaría a saber, pues en su propio ser experimentaba cómo el recuerdo de Beatriz regresaba una y otra vez, como una violenta ráfaga que invadía su mente sin aviso. Era como la palpitación de un segundo corazón dentro de él, latiendo al compás de sus recuerdos, un eco constante que se negaba obstinadamente a extinguirse. Con el paso del tiempo, entendió que sucumbía gradualmente al dolor de la traición, y aunque anhelaba liberarse de ese tormento, se resignaba a aceptar su inevitabilidad, como si llevara una carga pesada en el alma desde hacía demasiado tiempo.

Durante años, el agudo dolor del recuerdo de Beatriz le impedía respirar con fluidez, marcando cada uno de sus días con una sombra que parecía no tener fin. Cada latido de su corazón resonaba con el peso de su pasado, recordándole constantemente la herida que no terminaba de sanar, y aunque luchaba por encontrar la paz, se encontraba atrapado en un ciclo interminable de dolor y aflicción.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora