Capítulo 21. Un paseo en un día de verano. Primera parte

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Cuando Arthur Pullman decidió unirse al equipo de la Clínica Feliz, el panorama cambió considerablemente para el doctor Martin y, por supuesto, para los habitantes del pueblo.

Gracias a la incorporación de Pullman, alguno de los dos médicos podía desplazarse con mayor frecuencia a las zonas más remotas, a veces acompañado por la enfermera Clark o por Candy. Su labor consistía en brindar atención médica a los campesinos que no podían acceder fácilmente a la villa debido a la lejanía de sus asentamientos.

Aunque la mayoría de los pobladores tenían el hospital de Saint-Joseph (1) a menos de dos horas de distancia, la presencia de la Clínica Feliz se volvió invaluable. En casos de emergencias reales o enfermedades tratables en un centro de salud más pequeño, el servicio ofrecido por el doctor Martin y su equipo representaba una verdadera bendición para todos los habitantes de Greenwood.

Candy estaba realmente agradecida por la presencia de Arthur. Desde hacía más de un año, el médico se encontraba con ellos y había sabido adaptarse a la sencillez de la vida en el campo, a pesar de ser un rico heredero de Chicago. En ese sentido, el hombre se asemejaba un poco a Albert, pensaba Candy. Tenía aquella afabilidad que le permitía vivir con simplicidad, desprendiéndose de los lujos y la modernidad de las grandes ciudades.

La joven sentía una gran admiración por el médico. Arthur había ayudado generosamente a la familia Byrne de todas las formas posibles. Por un lado, salvó al señor Finn de una muerte segura en el frente durante la guerra y les brindó a esta familia de obreros la oportunidad de escapar de aquel trabajo horrible en los mataderos de Chicago.

Gracias a esta ayuda, la familia Byrne disfrutaba ahora de una vida apacible en la campiña junto a sus dos hijos. Personas como el señor Albert o Arthur tenían el poder de transformar radicalmente el destino de una persona. Candy conocía esto muy bien, ya que ella misma había experimentado la mayor transformación de su vida con su adopción años atrás por parte de William Albert Ardlay.

Con la llegada de la familia Byrne, Candy encontró en ellos el apoyo necesario para compartir las cargas de trabajo en el hogar de Pony, que ella no podía llevar a cabo sola.

Con el transcurso del tiempo, Candy comprendió que, a pesar de su buena voluntad y su carácter enérgico, era imposible realizar todas las tareas del orfanato y cumplir con sus deberes como enfermera en la clínica.

La señorita Pony y la hermana Lane, por su parte, no podían seguir soportando las arduas labores que requería el orfanato. Debido a esto, el señor Albert les propuso costear el salario de una o dos personas para que les ayudaran con las tareas más físicas del lugar. Al principio, las mujeres se mostraron renuentes a aceptar la generosidad del señor Ardlay; sin embargo, comprendieron que al rechazar dicha oferta, Candy tendría que hacerse cargo de todo el trabajo sola, lo cual no era ni razonable ni justo. Así que terminaron aceptando con humildad la ayuda que les ofrecía William Albert.

Así fue como la familia Byrne ingresó en la vida de los residentes del hogar de Pony años atrás. La señora Enya Byrne fue contratada a medio tiempo para asistir a la señorita Pony en la cocina, dado que preparar tres comidas al día para más de una veintena de niños no era tarea fácil. Por su parte, al señor Finn Byrne se le encomendaron las labores más arduas del lugar, como cuidar del huerto y los animales, además de acompañar a la señorita Lane una vez al mes a Saint Joseph para abastecer al hogar de Pony de alimentos.

A su vez, la familia Byrne pudo dejar a su pequeña hija Fiona al cuidado de las buenas mujeres mientras trabajaban en el orfanato, lo que permitió que la niña recibiera la instrucción impartida en el lugar desde el momento en que empezaron a laborar en el hogar de Pony.

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Candy llegó a la Clínica Feliz en su Ford Modelo T a las primeras horas de la tarde.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora