Capítulo 24. Tormenta de invierno. Tercera parte

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Después de que Patricia aceptara el anillo de Albert, la pareja se sumergió en una charla que parecía no tener fin.

Sentados cómodamente sobre la mullida alfombra, rodeados por el cálido resplandor del fuego crepitante, saboreaban un exquisito vino y deleitaban sus paladares con bombones de chocolate, jugosas frutas y crujientes galletas. La atmósfera estaba impregnada de una felicidad que ninguno de los dos había experimentado antes, como si cada momento fuera una melodía perfecta que tocaba las cuerdas más profundas de sus corazones.

Patricia, en particular, descubrió que su apetito se despertaba vorazmente esa noche. Había olvidado completamente que no había probado bocado desde la mañana, pero tras el intercambio emocionante de amor y compromiso, su cuerpo clamaba por nutrirse. Por tanto, devoraba cada bocado con entusiasmo, mientras Albert, compartía con ella los sucesos más significativos de su vida en los últimos meses.

Al escuchar las palabras de su prometido, Patty reflexionaba sobre el sufrimiento que el hombre había soportado. Si bien su propia vida había estado llena de dificultades en los últimos tiempos, en el caso de Albert, la tristeza y la vergüenza habían sido sus constantes compañeras durante esos amargos días. Había pasado horas torturándose en vano, agotándose y lastimándose innecesariamente. Patricia anhelaba que, a partir de ese momento, Albert aprendiera a perdonar sus errores del pasado y avanzara, dejando atrás a Camilla Miller definitivamente.

Con estos pensamientos llenando su mente, la joven no dudó en hablar con un semblante serio, deseando que su prometido comprendiera la importancia de la petición que estaba a punto de hacerle.

— Albert, no quiero que vuelvas a ver a la señora Miller, declaró Patricia con determinación. Lo miró fijamente, sus ojos abiertos mostraban la seriedad de su solicitud y la repercusión que tendría en su futuro juntos.

— No necesitas decírmelo, mi amor. No lo haré, te lo prometo, respondió él de inmediato, sus ojos brillaban con sinceridad, reflejando su compromiso con ella y su determinación de seguir adelante juntos.

La muchacha, que no se había dado cuenta de que retenía el aliento, suspiró tranquilamente al sentir la certeza de las palabras de Albert filtrándose en su corazón, como un bálsamo reconfortante.

— Ha sido un error, un estúpido error por mi parte acudir a su casa, pero no ocurrirá de nuevo, te lo garantizo, añadió él, comprendiendo las aprensiones de la joven mujer y deseando disipar cualquier rastro de preocupación de su mente.

Patricia le sonrió suavemente, dejando que la confianza se reflejara en sus ojos, dándole a entender que creía firmemente en sus palabras. Luego, observó embelesada su precioso anillo de compromiso, dejando que la luz lo acariciara y revelara su resplandor único, mientras lo tocaba con los dedos de su mano, como si fuera una joya preciosa de inestimable valor.

— ¿Te gusta? Preguntó Albert, tomando su mano con delicadeza para besarla, su pulso latía con la expectativa de su respuesta, anhelando satisfacerla en todos los sentidos.

— ¿Qué si me gusta? Albert, es exquisito, respondió ella, maravillada, sus ojos brillaban con admiración y gratitud mientras contemplaba la sortija ensimismada. — Sin embargo, tengo una pregunta: ¿cómo has sabido la talla de mi dedo?

Él sonrió, apreciando la agudeza de su prometida. — Definitivamente, a Patricia no se le escapa nada, reflexionó satisfecho, sintiéndose afortunado de compartir su vida con alguien tan perceptiva y atenta. 

— Bueno, tengo mis métodos, respondió con una pizca de misterio, disfrutando del juego de complicidad entre ambos, sin revelar todos sus secretos de magia.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora