Capítulo 4. Descenso

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Se había cerrado el telón. Robert Hathaway observaba como Terence se dirigía a toda prisa a su camerino.

El director necesitaba intercambiar algunas palabras con el actor antes de que este se marchara del teatro. Hathaway imaginaba que la prisa de Terence se debía a que deseaba partir cuanto antes al hospital Saint-Jacob para visitar esa noche a Susana, así que Robert se apuró en alcanzar al muchacho.

Caminó por el intrincado edificio que el conocía tan bien, reflexionando que sin duda el lugar era un verdadero gruyère, en el que fácilmente cualquier novato se podía perder.

Robert observaba, mientras caminaba con su estilo altamente sofisticado, los nombres escritos de los artistas en pesadas placas de hierro doradas, sujetas en las puertas de madera de los camerinos asignados durante esta temporada.

En el teatro Stratford, no solo había camerinos individuales, también existían los espacios compartidos. Las habitaciones individuales estaban atribuidas a los actores de forma protocolaria y jerárquica por el señor Davis, el director de vestuario. Siendo Terence Graham y Karen Kleiss los protagonistas de la obra, junto a Jhon Olivier quien representaba a Mercucio, los mejores camerinos estarían ocupados por estos tres actores durante el tiempo que durara la temporada.

Anteriormente, el camerino de Terence, estuvo ocupado por el propio Robert Hathaway durante el tiempo en el que fue el protagonista de las obras de la Compañía. Ahora, como director, su lugar se encontraba en los pisos más altos del edificio. Aunque recordaba nostálgico aquel espacio neutral, donde él logró desplegar su propio universo artístico, Robert se dijo que a su edad, tenía cierta preferencia por su agradable y cómoda oficina actual.

Los actores comenzaban a llegar a sus respectivos camerinos cuando Robert llamó a la puerta de Terence, no sin antes acariciar ligeramente la placa con el nombre del joven actor con una cierta nostalgia.

— Terence, ¿puedo entrar? Soy Robert, exclamó con su característica voz grave, mucho más profunda que la de Terence.

— ¿Robert?  Repitió el actor sorprendido detrás de la puerta.

El joven hombre se apresuró a abrir al director y Robert le lanzó una mirada profunda cuando sus ojos se cruzaron. 

En esos momentos, Terence se pasaba una toalla por el rostro con insistencia, cuando el director, sin mucha ceremonia, se abrió paso para entrar en el camerino del actor.

— ¿Tienes un cigarrillo? Preguntó, paseando sus ojos por el lugar que le traía tantos recuerdos.

Buscando en la percha justo al lado de la puerta, Terry extrajo de su chaqueta un estuche bañado en plata cubierto de finos grabados, lo abrió y le extendió a Robert el objeto en silencio.

Robert jugueteó con los cigarrillos tratando de decidirse cuál tomar, luego se llevó uno a la boca al azar.

— Aquí, le dijo Terry con un fósforo encendido ya en la mano.

— Gracias, le respondió el director después de haber inhalado una primera bocada del tabaco.

Terry a su vez se había llevado un cigarrillo a la boca y lo había encendido para acompañar al director.

— ¿Cómo va todo con Susana? Inquirió Robert, sentándose en el pequeño sofá de terciopelo gris perla que se encontraba lateral al tocador.

— Pienso ir a visitarla esta noche, comentó Terry, que continuaba de pie frente a Hathaway aspirando el cigarrillo un tanto nervioso.

Robert se quedó observando al actor con detenimiento por unos instantes, como si estuviera preparando las palabras adecuadas para dirigirse a él.

— La señora Murray me ha comentado todo acerca de la serie de llamadas que recibiste ayer por parte de la señora Marlowe, apuntó Robert. Al parecer, estuvo llamando durante toda la première y estaba empeñada en que debías contestar a su demanda como fuese, ¡una verdadera locura por su parte! Esa mujer no parece tener límites, añadió con tono molesto.
Naturalmente, la señora Murray intentó calmarla, pero cuando la señora Marlowe le expuso que Susana estaba desaparecida, realmente alarmó a la pobre dama. La señora Murray es demasiado vieja para provocarle ese tipo de disgustos, expresó el hombre mientras continuaba fumando su cigarrillo tranquilo.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora