Capítulo 30. Chicago. Cuarta parte

2.3K 76 216
                                    

Terry no comprendió lo mucho que necesitaba estar a solas hasta que llegó a su habitación escoltado por un criado.

Inmediatamente después de entrar en la recámara se instaló en el sofá del pequeño recibidor del dormitorio y encendió un cigarrillo.

Le dedicó un vistazo rápido a la habitación que era de un gusto exquisito. En su inspección apresurada, concluyó que el lugar estaba diseñado para alojar a invitados masculinos, ya que los paneles de nogal tallado y los muebles en cuero y en tonalidades oscuras primaban en la decoración.

Le dio una larga calada a su cigarrillo y recordó lo ocurrido en las últimas horas. Su ceño se frunció, y se reprochó la absurda conducta que había adoptado.

- Me he comportado como si fuera el mismo muchacho del Saint-Paul y no un hombre hecho y derecho, reflexionó en voz alta.

Poco importaba que Cornwell fuera un completo idiota. Creía que estaba por encima de aquellas riñas estúpidas que desde siempre los habían enfrentado. No obstante, Archibald sabía cómo instigarlo hasta hacerlo perder la paciencia y él había caído en sus provocaciones como un miserable novato.

Para su gran alivio, Albert había llegado para salvarlo de cometer una tontería porque con toda seguridad, sin su distracción, la reunión entre ellos habría terminado con sangre y una lluvia de puñetazos.

Fuera como fuese, él era un invitado en la mansión Ardlay y no podía ser tan absurdo como para atreverse a agredir a un residente de la casa.

- ¡Maldición! ¿En qué estaba pensando? Se dijo frotándose la frente.

Agradecía la paciencia de Candy y la madurez con que Albert había tomado aquella riña ridícula.

- No puedo permitir que las tonterías de Cornwell interfieran en mi camino, reflexionó, concluyendo que a partir de ese momento se guardaría bien de no dejarse llevar por las necedades del rubio. Por lo tanto, decidió aprovechar las horas que estaría a solas escribiendo una carta a su padre. El mismo la llevaría a la oficina postal, también pensó adecuado enviar un telegrama, no quería dejar nada al azar en lo que se refería a su matrimonio y tenía poco tiempo para actuar.

También tendría que hacer algunas llamadas importantes, pero se dijo que las efectuaría cuando regresara de la ciudad, así que con estos proyectos en mente se incorporó poniéndose en marcha.

˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷˷

Candy se sorprendió a enterarse por medio de un criado que su prometido había abandonado la residencia desde hacía más de dos horas.

Esa tarde, la rubia había estado acompañada de Annie y de Patty hasta media hora atrás, cuando las dos muchachas finalmente se habían retirado para ir a cambiarse, por lo que no había podido escabullirse para ver a Terry como había planeado en un principio.

Observó su reloj, eran casi las cinco de la tarde. Decidió dirigirse hacia la terraza donde ya estaban instalados los señores Cornwell, Patty y la señora O'Brien, confiando en que Terry se presentaría pronto para acompañarlos.

Sostuvo su sombrero de paja cuando la brisa estuvo a punto de arrancarlo de su cabeza al atravesar las puertas francesas, pero se alegró al sentir el aire tibio y perfumado que invadía la terraza y que entraba en sus fosas nasales.

Sus amigos ya instalados en la espaciosa mesa de hierro forjado charlaban amenamente. Como dos perfectas inglesas, Patty y la señora O'Brien se ocupaban de prepararlo todo para el importante ritual del té.

Esther trataba de alcanzar las tazas de porcelana con la intención de lanzarlas al suelo mientras Annie la alejaba de la mesa para evitar una catástrofe.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora