Capítulo 13. Susana Marlowe. Segunda parte

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La señora Ohana entró a la cocina visiblemente descontenta. Se dirigió hacia la mesa y se sentó bruscamente en una pequeña silla de madera, posando las manos sobre el mostrador.

—La señorita me ha pedido que la lleve a la habitación del señor Graham, comenzó a decir con un tono de disgusto evidente en su voz. — Pero a mí nunca me ha gustado que se tome esos atrevimientos, por más patrona que ella sea. En fin, el señor no parece molestarse cuando se lo he mencionado en ciertas ocasiones. A pesar de eso, sigue sin agradarme complacerla. No es apropiado que una señorita decente se tome tales libertades, exclamó la criada, mirando a la señora Russell, quien no hizo ningún comentario para alentarla a seguir hablando.

La nueva cocinera, la señora Quiana Russell, observó a Ohana por el rabillo del ojo, pero no detuvo su trabajo, restándole importancia a lo que decía la criada.

Esa noche, la familia tendría visitas y la señora Marlowe le había dejado un sinnúmero de tareas pendientes antes de salir a la ciudad esa misma mañana. Desafortunadamente, la dama estaba más irascible de lo acostumbrado, por lo que la señora Russell no deseaba darle motivos para ser amonestada cuando regresara a la residencia luego de su visita a la ciudad.

Aunque la señora Russell llevaba poco tiempo trabajando para la familia, comprendió rápidamente que los arranques de mal humor de la señora Marlowe eran bastante recurrentes, y lamentó tener una patrona con un carácter tan volátil. En algún momento, pensó en dejar aquel trabajo, pero no pudo decidirse a abandonar la casa, pues había aprendido a apreciar al callado señor Graham, sin mencionar que la paga era bastante decente.

—No, no es momento de perder el tiempo escuchando sus quejas , se dijo a sí misma mientras volvía a apretar el nudo de su delantal.

Para empezar, tendría que preparar dos postres y dos tipos de carne diferentes, ya que la prima de la señora Marlowe, la señora Trenor, detestaba comer pollo. Además del pollo con sus tradicionales verduras, tendría que preparar pescado y ensalada. Y eso sin contar que debía disponer igualmente el menú de la señorita Susana. También tendría que salir a hacer la compra, porque no tenía muchos de los ingredientes necesarios para satisfacer los requisitos de la señora ese día, y el chófer no se encontraba disponible.

Afortunadamente, estaba en un apartamento de cocina moderna, o por lo menos eso pensaba la señora Russell, si comparaba la cocina de la que disponía con las de las viejas casas en las que había servido anteriormente. Consideró entonces que las comodidades actuales le facilitarían mucho sus quehaceres ese día. Podía contar con luz eléctrica, con agua potable saliendo directamente de un grifo e incluso con un frigorífico. No podía quejarse de sus nuevas herramientas de trabajo; todo le resultaba más confortable. Pero ese día tenía mucho trabajo y una patrona muy malhumorada a la cual complacer.

La señora Russell trataba de mantenerse animada, pero cada día sentía la mirada crítica de la señora Marlowe sobre ella. La patrona reprobaba todo lo que hacía y nunca parecía estar satisfecha con su desempeño en la cocina. Constantemente la culpaba por el mal comer de la señorita Marlowe, a pesar de que la cocinera seguía estrictamente la dieta ordenada por el médico.

—Señora Marlowe, debe entender que la señorita está enferma. De mí no depende su apetito, hago lo que puedo, se atrevió a decir en cierta ocasión cuando la mujer había perdido los estribos.

Hecha una furia, la señora Marlowe le respondió con ira:

—¡Usted es una impertinente! ¿Cómo se atreve a poner en duda mis reclamos?

La señora Russell bajó la mirada, tratando de contener las duras palabras que venían a su boca.

La situación habría llegado al despido sin la intervención del señor Graham, quien había intercedido por la cocinera, a pesar de que la señora Marlowe exigía su inmediata expulsión de la casa.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora