Capítulo 32. Candy y Terry. Segunda parte

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Candy se dejó caer suavemente en la silla, depositando cuidadosamente el plato sobre la mesa tras haber elegido una tostada del variado bufet que se extendía con una tentadora selección de manjares para los habitantes de la casa. No obstante, en el amplio comedor, la única compañía era la de Archibald y Annie. Mientras el sol caía suavemente sobre la estancia, Archibald, con su cabello rubio iluminado por los rayos del sol, se sumergía placenteramente en las noticias del día a través de su periódico. A su lado, Annie, con una expresión de puro deleite en su rostro, saboreaba cada bocado de sus huevos escalfados y su crujiente pan tostado, adornado con una generosa capa de mermelada que se derretía lentamente sobre la superficie caliente.

El ambiente en la lujosa residencia estaba impregnado de una atmósfera relajada y tranquila, marcada por la decisión de la señora Elroy de disfrutar su desayuno en la comodidad de su cama, una elección que la mantenía alejada del bullicio matutino hasta la hora del almuerzo, tal como era su rutina habitual.

— Vaya, querida, parece que no tienes mucho apetito hoy, comentó Annie con una sonrisa amable, notando el plato casi vacío frente a Candy.

— ¡Por Dios! ¡Llamen al médico! Exclamó Archibald entre risas, aún ocultando su rostro tras las páginas del periódico.

Con una chispa traviesa en sus ojos, Archibald esperaba una respuesta animada de su prima ante su comentario sarcástico, pero al no recibir más que silencio, bajó lentamente el periódico y posó sus ojos marrones en la figura de Candy, intrigado por su inexplicable quietud.

— ¿Ocurre algo, Candy? Preguntó Annie, su tono preocupado reflejando la misma inquietud que había invadido a su marido al observar el semblante apagado de la joven. La incertidumbre llenó la habitación mientras los dos aguardaban una respuesta que pudiera explicar el repentino cambio en la alegre muchacha.

— No, no ocurre nada, solo me siento un poco cansada. Han sido unos días algo ajetreados, respondió la joven, esforzándose por mantener una sonrisa tranquilizadora en su rostro, aunque en su mirada se percibía una ligera tensión.

Al intercambiar una rápida mirada, Annie y Archibald volvieron a posar sus ojos inquisitivos sobre Candy, notando su inquieta inmovilidad antes de que ella misma preguntara:

— ¿Y dices que Terry está en la casa?

Archibald se apresuró a responder a su prima, tratando de calmar su preocupación:

— Como mencioné antes, esta mañana muy temprano estuvo en la piscina nadando. Al menos, eso es lo que me informó el mayordomo. A las ocho lo encontré aquí mismo tomando el té con Georges. Le sugerí que podría mandarte a llamar, pero me dijo que no valía la pena molestarte a una hora tan temprana, especialmente porque planeaba dar un pequeño paseo por el jardín de la casa, explicó de nuevo Archibald, tratando de proporcionar una explicación reconfortante ante la ansiedad de Candy.

— Entiendo, murmuró la joven con la misma melancólica cadencia de antes, mientras que en sus ojos podía observarse una mezcla de resignación y preocupación.

— Bueno, pero no encuentro razón alguna por la cual no puedas buscarlo tras el desayuno. Quizá lo encuentres esperándote entre los parterres del jardín, ¿no es así, Archie? Inquirió Annie, buscando el respaldo de su esposo a su sugerencia.

—  Probablemente sea así y debas ir a su encuentro, susurró el joven hombre absteniéndose profundar en el tema.

El repentino estrépito de la puerta al abrirse interrumpió la conversación de los amigos, atrayendo la atención de todos los presentes en la estancia.

—  ¡Mamá! ¡Mamá! Exclamó con alborozo una voz infantil desde el umbral. Era la dulce presencia de Esther, cuya llegada iluminaba la habitación al entrar acompañada de su niñera, la señora Baxter, infundiendo en el ambiente un aura de alegría y vivacidad.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora