Una vez más

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El que se convertiría en el último paisaje de regreso a Hogwarts para los de séptimo año, terminó siendo uno lluvioso y gélido. Los carruajes se habían cerrado para la seguridad de sus pasajeros y el sonido de la lluvia al chocar contra el techo y ventanas se asemejaba a una sinfonía suave que arrullaba a los dormitantes estudiantes que parecían haber permanecido con insomnio por una semana entera.

El de cabellos dorados se veía impaciente, su mano derecha tocando una melodía imaginaria en su rodilla mientras la otra sostenía su rostro cerca a la ventana, el cielo gris rugiendo e iluminándose con el sexto relámpago en lo que iba del viaje.

—¿Estás bien, Eros?

La amable voz de Aria detuvo el golpeteo de su mano en su rodilla, mas no impidió que un suspiro bajo escapara de sus labios.

¿Cómo podía estar tranquilo si no había visto a Naktam en donde se suponía que habían acordado encontrarse?

—Sí... —murmuró, pero Aria notó que sus ojos no brillaban—. Es solo que estoy preocupado por Naktam.

—Él debe de estar bien, a lo mejor se le hizo tarde y por eso no lo vimos en el expreso —intentó tranquilizarlo, pero incluso para ella eso no tenía sentido.

Porque Eros dijo haberlo buscado por todo el tren, sin éxito.

Calíope, quién se encontraba cómodamente sentada al lado de su mellizo, le dio una gran mordida a uno de los pastelitos que la abuela de Albus le había dado para el camino, sabiendo lo mucho que le habían gustado y lo bien que le sentarían en el largo trayecto.

—Descuida, hermanito —pasó el trozo y lo miró con una sonrisa suave—. Mi cuñado debe de estar en otro de los carruajes, igual de ansioso por verte.

—¿Cómo podrías saberlo? —preguntó a la nada y Calíope parpadeó por dos segundos antes de volver a darle otra mordida al pastel.

—Delicioso, no sé cómo le hace tu familia para no engordar con tanta delicia, Albus.

El Slytherin sonrió de lado al oírla alabar la ya bien conocida y exquisita sazón de su abuela Molly, sobretodo después de ver cómo un trozo por poco y provocaba que se atorara.

Un nuevo relámpago cruzó el cielo, cegando al veela en cuanto tuvo la desgracia de estar observando el cielo en el momento incorrecto.

Inmediatamente una imagen llegó a su mente, dándole escalofríos.

—Aria —llamó, su voz demostrando un tanto de preocupación—. ¿Por casualidad tienes el libro contigo?

La Ravenclaw lo observó confundida por verlo preguntar por la reliquia familiar que normalmente era revisada con interés solo por ella, pero al cabo de unos segundos asintió con calma antes de meter la mano en el bolsillo de su abrigo y obtener de allí lo que parecía ser un trozo de papel.

En un parpadeo, aquel pequeño objeto creció hasta adoptar la forma de un antiguo, grande y bello libro de pasta oscura con bordes en dorado.

Calíope esta vez sí que se atoró con el trozo del pastel que acababa de pasar, sus ojos abriéndose enormemente al ver después de mucho tiempo el libro que Sabik Angelelli le había dado a su primogénita: Dafne Angelelli.

—Ese... ¿Ese es... ?

—El libro de la familia —murmuró Eros, acariciando la tapa del gran conjunto de conocimientos con suavidad—. Gracias —dijo en dirección de su prima, prosiguiendo a abrirlo para pasar sus páginas con velocidad, como si buscara algo importante con urgencia.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora