Odnoliub: El deseo oculto

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El sufrimiento de Naktam parecía insoportable, su llanto irritando su garganta y el corazón de quienes lo escucharon.

Este era capaz de calar el alma de cualquiera que atestiguara su expresión.

Cualquiera menos Zulmat, quien se mantenía con un rostro neutro.

Después de que las primeras lágrimas fueron liberadas, el cuerpo de Naktam se contrajo en espasmos seguidos y profundos que se acompañaron por sus gritos.  Y mientras sus manos se aferraron a la hierba bajo ellas hasta que sus nudillos enrojecieron y la piel de sus yemas se cortó ante la fuerza, sus uñas rasgaron la tierra mientras su voz se asfixiaba en cada respiración entrecortada, un suave manto de luz cubriéndolo y haciéndolo sentir como un miserable ser que acababa de extinguir lo único que había amado.

No muy lejos, Calíope tardó en comprender la situación mientras sus sentidos lentamente se iban apagando.

Sin embargo, no pasó mucho hasta que comprendió que, por más que mantuviera la vista en la estela luminosa alrededor de Naktam, su hermano no aparecería.

Ella sintió claramente cómo la mitad de su alma fue arrancada para siempre sin posibilidad de cicatrizar. Sus ojos celestes se cristalizaron y ardieron sin ser capaces de parpadear mientras sus dientes apretaban las ramas que le impedían gritar. El cielo sobre ella se oscureció y los vientos se tornaron violentos hasta ser capaces de rasgar los cristales que contenían a sus primos.

Y en medio de todo aquel caos, Albus al fin reaccionó después de haber permanecido en un estado inconsciente. Un hilo de sangre bajaba por su sien mientras su nuca ardía y se sentía húmeda.

Con ayuda de sus manos, el Slytherin logró quedar semi-recostado en el frío peldaño. Su vista, hasta hace segundos opaca, se aclaró y dejó ante su mente un escenario diferente al último que había visto.

Todo era verde, con algunas flores brillando llenas de vida, paisaje que contrastaba con el caos climático que empezaba a generarse.

Siguiendo con su observación, Albus casi perdió el equilibrio en cuanto sus ojos se posaron en Naktam en el suelo, muy lejos de él. La última vez que lo había visto, el de orbes grises no parecía tener pulso y su piel era casi de tonalidad azul debido al frío. Ahora, a solo minutos, su compañero de casa resplandecía en vida pero lloraba a voz de grito como si se viera muerto a sus pies.

Más allá distinguió a Nadyra, Calíope y a Zulmat. La primera parecía estar rememorando algún episodio doloroso de su vida, mientras que la segunda lloraba sin consuelo, sus lamentos siendo distorsionados por las ramas en su tórax y rostro. El mago oscuro, en cambio, permanecía muy quieto, su rostro contrayéndose en amargura como si todo por lo que había trabajado acabara de estropearse gravemente.

No obstante, hubo alguien a quien por mucho que buscó, no encontró.

Eros no estaba en ningún lado, ni siquiera dentro de alguno de los grandes cristales detrás de Calíope. No había rastro del rubio y Albus temió lo peor después de que su mente empezara a relacionar lo que estaba presenciando.

—¡EROS! —Albus se sobresaltó ante el grito de Calíope y al volver a prestarle atención, se encontró con que las ataduras en su rostro se habían destruido por la fuerza de su tormenta—. ¡No! ¡Mi hermano no!, ¡EROS!

Con cada grito, ondas tormentosas golpearon todo lo que tuvieron a su alcance y eso incluyó a Albus a pesar de estar a una distancia considerable.

El ya lastimado cuerpo del Slytherin se golpeó contra la dureza de los peldaños y en un intento por encontrar una mejor postura, sus manos tocaron una superficie lisa cuya continuación no era otro escalón. Confundido, el ojiverde al fin elevó la cabeza y se dió con la sorpresa de que estaba en la cima, a escasa distancia de Aria y los hilos de magia que salían de ella.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora