Escuchando al corazón

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La pequeña Hufflepuff avanzaba hacia el aula 3C, ubicada en el tercer piso del castillo.

Saludó a unos fantasmas que pasaron cerca a ella, conversó con algunos retratos, y luego siguió con su caminata hasta detenerse frente a la gran puerta de hierro, que gracias al cielo estaba abierta.

El profesor Potter estaba sentado en su pupitre, escribiendo y revisando diferentes pergaminos desperdigados por toda la mesa. Se le veía muy concentrado, pero a pesar de todo levantó la mirada y saludó a su alumna con un moviento de cabeza y una sonrisa.

Adhara le devolvió el gesto y tomó asiento en la fila del centro, observando cómo sus compañeros de Hufflepuff y los estudiantes de Ravenclaw llegaban y se sentaban en los sitios restantes.

Aún recordaba sus primeros meses en Hogwarts, sobretodo cuando sus compañeros se acercaban a ella por ser hermosa, lista y francesa. Poco a poco éstos se fueron alejando, y todo gracias a la extraña atmósfera que la rodeaba cuando de un momento a otro encontraba la verdad en las mentiras que solían decir sobre su vida diaria.

Un ejemplo sería cuando Lavinia Ross contó cómo sus padres le habían comprado el brazalete de oro que llevaba aquel día; Adhara simplemente la había observado fijamente durante un minuto para después revelar que en realidad la joya era de su hermana y que se la había quitado de su bolso sin que se diera cuenta.

Era como si ella pudiera ver más allá de sus palabras, logrando saber cuando una persona mentía y cuando decían la verdad. También era muy buena para darse cuenta de los sentimientos y emociones que uno podía estar sintiendo u ocultando. Y aunque su padre le había dicho que aquello se debía a que era una niña muy perceptiva y empática, Adhara sospechaba que era más que eso.

— Buenos días.

Dejó de lado su dibujo y admiró al Ravenclaw que se encontraba de pie junto a ella.

— Buenos días —devolvió el saludo, con su típica sonrisa de siempre.

— ¿Está libre el asiento a tu lado?

Lavinia Ross, Charles Smith y Camille Lercari ahogaron una exclamación; pero fue Camille quien se acercó al rubio y lo tomó del brazo, mirando despectivamente a la de ojos lilas.

— ¿Estás loco, Sham? —inquirió con tono preocupado— Ella es la niña rara que puede leer mentes...

— Yo no heredé legeremancia —indicó, a pesar de que la de cabellos negros había susurrado.

— Camille... —se soltó suavemente— ella no es mala.

— Te digo que es rara y que no te conviene estar cerca. —le sonrió mientras señalaba el asiento que le había reservado a su lado, dos filas atrás— ¿Por qué buscar otro sitio si siempre puedes sentarte a mi lado?

— Deseo tener una mejor vista. —volvió a soltarse con amabilidad— Lo siento, Cam. Hoy no voy a poder sentarme contigo.

La Ravenclaw hizo una mueca disconforme, acomodó su impecable cabellera y se alejó dando grandes zancadas.

Lavinia y Charles le siguieron el paso.

— Está muy molesta... —murmuró Adhara, desviando la atención de Camille Lercari.

— Perdona sus comentarios. Ella ha sido muy celosa desde que éramos más pequeños. —confesó apenado— Si no te molesta, ¿Me podría sentar a tu lado?

— No veo porqué no —se levantó para que el Ravenclaw tomara asiento.

El de ojos azules sacó pergamino, pluma y tinta. Acomodó su bolso a un lado y regresó la atención hacia su compañera de asiento mientras ella seguía dibujando con una sonrisa.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora