Luna sangrienta

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La oscuridad estaba presente a su alrededor, envolviendo su cuerpo como si fuera una fría y áspera manta capaz de ahogarle y borrar su existencia.

Y en medio de aquel ambiente, lo siguiente que sus sentidos captaron fueron unos sollozos agudos, lejanos, rotos, lamentables e infantiles. Sin poder verse, avanzó sintiendo que el camino por el que iba era gélido y brumoso.

«Hic» —balbuceó incontables veces el pequeño bulto frente a su cuerpo, aquel siendo el sonido de su llanto—. Tengo frío.

Sus ojos se achicaron y sin poder evitarlo empezó a caminar lentamente alrededor de la presencia que seguía sentada en medio de la oscuridad con las rodillas en su pecho y el rostro escondido entre ellas.

Repentinamente, una áspera ráfaga llegó por la derecha, obligándole a cerrar los ojos por acto reflejo.

En solo unos segundos, incontables murmullos aparecieron alrededor, como si cientos de personas hubieran llegado de la nada.

Pero solo habían siluetas borrosas con sonrisas enormes y maliciosas.

¿Qué haces aquí? ¡Largo, monstruo!

El pequeño cuerpo se removió en su sitio mientras empezaba a temblar, abrazándose aún más a sus piernas.

—Tu sola presencia maldice este lugar. No te queremos aquí, vete —vociferó una segunda voz, siendo esta más adulta que la primera.

—Por favor... Tengo hambre.

Sintió como un nudo se formaba en su garganta ante el tono que aquel infante portaba. Era demasido roto y triste como para pertenecerle a alguien tan pequeño.

—¿Hambre? —pareció reír sin gracia una tercera voz—. Después de una semana, hambre tendría que ser lo que menos deberías sentir ¡Muerto, así es como deberías estar!

Una nueva ráfaga pasó por su costado y esta dió de lleno contra la sien derecha de la pequeña presencia, quien debido al golpe cayó hacia atrás, sosteniéndose con su brazo en el suelo, pero siempre manteniendo la cabeza gacha.

La silueta de dorados cabellos se horrorizó al ver el estado deplorable que tenía.

Su cuerpo estaba pálido, delgado y lleno de raspones.

P-Por favor —balbuceó agudamente en la nueva posición en la que se encontraba—. Mamá... Mamá.

—¡No mereces llamarla!

—¡Monstruo, tú la mataste!

N-No es verdad —sollozó.

¡La apartarte de nuestro lado!

—¡Maldito seas!

—¡Asesino!

Un sinfín de palabras horribles le fueron dirigidas, cada una siendo una furiosa brisa que golpeaba contra todo el escenario y a veces contra el pequeño cuerpo.

¡Deténganse! ¡Déjenlo! —pidió, pero era invisible para todos y nadie le hizo caso.

—No, no, no soy un asesino, no soy un asesino —comenzó a repetir sin cansancio como un mantra y con cada balbuceo suyo el ambiente comenzaba a despedazarse y a hacerse cada vez más frío—. Yo no la maté, mi mami no está muerta. Ella vendrá, ella vendrá —estaba de rodillas, encorvado y con las manos en sus orejas mientras hablaba cada vez más rápido—. No soy un monstruo, no maté a nadie.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora