Una mañana radiante

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Capítulo dedicado a Naycem⚡, MishiWolf☀ y a -lxnatica🌙
(Alhena, Mishell y Estel💜)

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Miró por la ventana al lado del asiento en la pared de su sala común; estaba solo, y todo se debía a que la mayoría de sus compañeros de casa estaban en el Gran Comedor, atentos a los estudiantes de Mahoutokoto y de Ilvermorny.

"Jamás imaginé que esto sucedería, sobretodo a ti.
Según tenía entendido, ese Torneo solo elegía a los más aptos y la verdad es que me pregunto qué vio en ti. Aún así, felicidades"

La carta aún seguía en su mano derecha pero sus pensamientos no estaban enfocados en el primer párrafo, sino más bien, en el último.

Dejando todo lo demás de lado, solo tengo algo más que decirte:
Lesath Delacroix, te prohibo participar en la etapa final. Deberás de perder a propósito en las primeras pruebas o sabrás de lo que soy capaz de hacer.

Armand Delacroix

No lo entendía, ¿Por qué le ordenaba desertar?

Era cierto que ni él mismo se esperaba ser elegido y que desde un inicio deseó que le tocara a alguien más, a un compañero que fuera más apto, pero ahora que su nombre estaba en ese tablero y que la marca de su casa estaba en su brazo, se negaba a rendirse; quería aprovechar este Torneo para demostrarle a aquellos que lo consideraban débil, que no debían hacerlo, que él era más fuerte de lo que podrían imaginar.

Desde que tenía ocho años, su abuelo se había dedicado a entrenarlo en diferentes aptitudes. Esgrima, equitación, natación, karate y muchas otras actividades habían estado dentro de su día a día cuando se quedaba en la casa principal; algo extraño teniendo en cuenta que eran cosas que usualmente practicaban los muggles y Armand Delacroix no era un simpatizante de los mismos.

Él le había dicho que debía de inclinarse hacia la perfección y que por esa razón, aunque no lo aprobara del todo, debía de saber incluso hasta lo que los muggles sabían. Sus clases eran agotadoras y, aparte de los deportes, había recibido enseñanza en Astronomía, Gramática, idiomas que iban del español al ruso, matemáticas, física, astrofísica, química, biología... un sin fin de cursos que llegó a odiar por momentos.

También se había instruido en las artes; pintura, danza y música habían sido las materias que más amaba y las que, para su mala suerte, no duraban mucho.

Siempre miraba por la ventana del gran salón mientras estudiaba, notando cómo los hijos de los invitados de su abuelo corrían, jugaban y reían en el inmenso jardín, deseando también el poder sentir aquella algarabía infantil.

Aún recordaba cuando, teniendo nueve años, se había llenado de valor para ir al despacho de Armand para pedirle lo que tanto quería.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora