Ya'aburnee 1/2

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—Señora Dafne.

La veela posó sus ojos en el collar que Albus portaba, sonriendo aún más al ver el brillo rojizo de la gema que colgaba.

—Es bueno saber que Freddy ha estado en buenas manos —El cristal brilló aún más, como si la reconociera—. Al igual que Aria.

Aquel nombre hizo que él desviara la mirada hacia el suelo.

—Señora, yo-

—Está bien, Albus, no te sientas culpable. Nada de esto es tu culpa.

—Pero yo...

—No —negó y volvió la mirada hacia el frente, entrecerrando los ojos en dirección de Azura—. Ahora, aunque me gustaría saber todos los detalles de la relación que tienes con mi hija, me temo que en estos instantes nuestra prioridad es otra —de su túnica obtuvo su varita, aquella que no había usado en tanto tiempo—. No fue nada agradable despertar para que te digan que en tu ausencia tu hija fue secuestrada por un par de vesánicos —la varita en su mano estuvo a punto de crujir ante la fuerza que empleaba para sostenerla—. Jamás deben meterte con los hijos de una Veela, menos si esa Veela soy yo —sus ojos se encendieron en un profundo verde agua—. Comprendes lo que te espera ahora ¿Verdad? —barrió con la mirada a la bruja de cabellos rojos—. Alzira Flamcourt.

Aquel nombre trajo consigo demasiados recuerdos.

Unos buenos, otros malos.

Lo cierto era que quien menos tomó bien aquella mención, fue Azura. La pelirroja pareció entrar en crisis mientras negaba con efusividad y desconcierto.

Glenn, a su lado, trató de tocarla pero su hermana lo apartó.

Ella no podía volver a ser llamada por aquel nombre, porque hacerlo sería volver a aquella época.

Aquel tiempo en el que lo había perdido todo.

—¿Alzira... Flamcourt? —repitió Albus y al ver que el libro gris no parpadeaba ni por un segundo, se atrevió a preguntar—. ¿Sabes su identidad?

Dafne suspiró y el libro gris no tardó en apretar el hombro de Albus.

—No es tiempo para explicaciones, Albus Potter —observó por cortos segundos a Azura casi colapsando a pocos metros—. Debemos irnos.

—Tiene razón —dijo Dafne para luego extender su brazo hacia el frente, lista para atacar—. Deben irse.

—Nadyra —murmuró Azura mientras observaba a la pelirroja contraria, sus manos no dejaban de presionar su cabeza—. ¡Nadyra!

—¿Nadyra? —volvió a balbucear el Slytherin. No tardó en buscar la mirada de la mujer a su lado—. ¿Te llamas Nadyra?

—Nadyra. Nadyra. Nadyra —siguió murmurando la bruja a lo lejos—. Me lo quitaste todo —sus orbes dorados brillaron con frialdad y fiereza. En un arrebato de ira, se levantó e intentó llegar hasta la acompañante de Albus—. ¡Tú! ¡Maldita peste! —bramó dando arañazos al aire al ser incapaz de avanzar por la barrera impuesta por Dafne—. ¡Devuélvemelo!

—¿Devolver? —Albus comenzaba a batallar en su mente por la sobrecarga de información inconclusa—. ¿Le quitaste algo? —increpó, incrédulo.

—Nos vamos —resolvió Nadyra, flamas grises naciendo de sus pies.

—¡Mi luz! —gritó Azura y sus uñas dejaron líneas de sangre en el escudo por el esfuerzo en partirlo—. ¡Devuélvemelo!

Los orbes verdosos de Albus se ensancharon ante la escena y por verse siendo rodeado por aquellas flamas grises, tal y como si estuviera usando los polvos flu.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora