Dulce protervia

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Aquel día sería el primer paseo del año a Hogsmeade después de haber sido postergado por meses debido a causas desconocidas. Todos estaban ansiosos por salir del castillo, como si no acabaran de regresar de las cortas vacaciones de invierno.

Hasta los fantasmas del colegio rebosaban de alegría, contagiados por la que los estudiantes presentaban.

Pero él no sonreía, ni siquiera era capaz de pausar los suspiros resignados que salían de su boca. Se encontraba sentado al borde de una de las camillas de la enfermería con el cabello cayéndole un poco sobre los ojos por estar encorvado y con las manos sujetas a las mantas cálidas a su alrededor, mismas que no había usado a pesar de haberlas recibido una hora antes.

Madame Pomfrey regresó al fin de la habitación contigua con las posiciones que había ido a buscar, deteniéndose con extrañeza al verlo tan sombrío.

—¿No tiene frío, Foster?

Él negó en silencio, ya habiéndose acostumbrado a medias a que lo llamaran así.

—Se supone que hoy es un día feliz en el que se nos permite salir, pero yo estoy aquí en la enfermería, solo y sin poder ir con ellos —murmuró muy bajo, sonando un tanto más joven de lo que era actualmente ante los ojos de la bruja mayor.

—Y está conmigo... Lamentable —decidió acotar, logrando que él al fin elevara la vista con sorpresa.

—Pero si usted es muy amable, al contrario, eso me consuela un poco —se sinceró con una sonrisa natural, muy diferente a las que había estado forzando hasta hacerlas parecer creíbles en los últimos días.

—Está muy halagador hoy, Foster —rió suavemente, yendo hacia un estante para buscar un brebaje más—. Usualmente estaría recostado sobre la camilla con las mantas hasta la nariz, observando por la ventana como todos parten, pareciendo esperar por algo.

—¿De verdad? —no pudo evitar decir, mas se apresuró en corregirse—. Quiero decir, no creí que me vería así en situaciones semejantes —tragó el nudo que acababa de formarse en su garganta por el temor de ser descubierto. Sin embargo, pronto recordó el último punto—. ¿Esperar por algo?

—Ajá —asintió sin mirarlo, tomando un recipiente azulado y agitando suavemente la mezcla en su interior—. Siempre tiene ese brillo en sus ojos —se giró a verlo, notando lo atento que estaba a sus palabras—. Uno que, si le soy sincera, no encuentro en esta ocasión.

La mano de Abel se movió inconsciente hacia debajo de su ojo derecho, su vista perdiéndose en el frente.

¿Qué era lo que Abel Foster siempre esperaba?

No tenía memoria sobre ello o al menos parecía no poseerla.

»Bien, basta de charlas —le tendió un vaso conteniendo la mezcla de las tres pociones—. Beba esto y pronto podrá volver a caminar —le aseguró y Oriol observó el líquido con curiosidad y fascinación, creyendo sin dudar en las palabras de la enfermera.

—¿Es tan valiosa esta mezcla?

—Bueno, sus ingredientes son difíciles de encontrar, pero en esta época suelen ser ubicados con un poco de facilidad.

—Es muy amable por darme esta fascinante poción —dijo, dejándola sorprendida por verse aún más maravillado que un hijo de muggles de primer año al que le daban por primera vez una poción—. Aunque el sabor... —tembló un poco y arrugó su ceño, entregándole el recipiente a madame Pomfrey, quien lo recibió con una risa corta—. Si tan solo tuviera sabor a chocolate.

—Qué gracioso, nunca antes había hecho tal gesto al beber un remedio fuerte —dejó el frasco vacío a un lado y ladeó un poco la cabeza—. Y sus palabras... ¿Seguro de que no recibió también un Confundus, Foster?

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora