Comunicación perdida

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Habían pasado largos meses desde aquella salida a Hogsmeade.

Muchos sucesos, entre buenos y malos, habían sucedido. Pero el que Aria no olvidaría, sería aquel San Valentín en el que Albus le había entregado una carta que solo debía abrir cuando estuviera lista. Desafortunadamente, la noche en la que se había decidido a leerla, ésta ya no estaba.

La veela la buscó en toda su habitación sin cansancio, en su bolso e incluso dentro de la maleta que siempre mantenía lista para las vacaciones; pero no la encontró. Cabizbaja, fue con Albus y le contó lo sucedido. El Slytherin no se tomó aquello muy bien, puesto que su mejor amiga demostraba desde meses atrás, el estar reticente ante cualquier muestra de afecto de su parte, y a pesar de que en aquel momento se mordió la lengua innumerables veces para no decir cualquier disparate, terminó haciéndolo y frente a toda la mesa de Slytherin.

Desde entonces no se dirigían la palabra; y ya habían transcurrido tres meses.

— Aria, ya ha pasado mucho tiempo. —Maribel acarició su cabeza con cariño— Deben hablar.

La rubia sorbió su nariz y desvío la mirada.

— No quiero hablar del tema. —se abrazó aún más— Déjame sola.

La pelirroja suspiró, acostumbrada a la nueva terquedad en su hermana menor.

— No me voy a ir mientras sé que mi hermana está llorando, ahogándose cada día en una depresión que tiene solución.

No obtuvo respuesta.

Miró hacia el techo del pasillo, sintiendo el bochorno que producía aquel clima caluroso de primavera.

» A mamá no le gustaría verte así...

— Mamá no está aquí —su voz se escuchó apagada gracias a que su rostro estaba presionado contra su brazo.

— Pero la conocemos lo suficiente como para saber que ella estaría de acuerdo conmigo. —intentó bromear, pero aún podía ver las lágrimas en su hermana— Aria, por favor, deja de llorar.

La rodeó con sus brazos, descansando la mejilla sobre los rubios cabellos de la menor.

El interminable corredor del quinto piso se llenó con su llanto suave. El suelo recibió cada lágrima y los retratos fueron testigos de la culpa que atormentaba a la Ravenclaw.

''Leela cuando sientas que puedes aceptar lo que desde hace meses es evidente. Esperaré el tiempo que sea necesario; solo te pido que tengas en cuenta que mi alma está puesta en mis palabras''

Recordó el gesto nervioso, ansioso y alegre que presentaba. Sus orbes verdes brillaban con ilusión y sus labios estaban curvados en una sonrisa dulce, resaltando las pocas pecas que poseía encima de su nariz.

Gestos sumamente diferentes al de aquel día.

Podía ver claramente aquella imagen. El cómo sus ojos perdieron brillo a medida que le explicaba que había perdido la carta; sus cejas curvándose hacia arriba, demostrando el dolor que golpeó su corazón. La sonrisa que se había formado cuando la vio acercarse, se había perdido en una fina línea; y su mirada cabizbaja llena de incredulidad.

— Es culpa mía.

— ¿Qué has dicho? —miró a su aún escondida hermana— ¿Por qué dices que es tu culpa?

Aria volvió a tener el rostro a la vista, dejando notar el rojo de sus ojos.

— Porque no supe cuidar los sentimientos que él me entregó en esa carta. —se lamentó— La perdí, ¿Me entiendes?. Perdí algo que se suponía debía atesorar.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora