Sensaciones angustiantes

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Decir que estaba nerviosa, sería poco.

En aquellos instantes no encontraba palabra que fuera capaz de describir cómo se sentía y eso solo lograba frustrarla aún más.

—Para ya, me estás mareando —pidió Hugo de brazos cruzados, sentado con una de sus piernas sobre la otra mientras Rose no dejaba de dar vueltas por toda la habitación

—No puedo evitarlo —suspiró pesadamente—; creo que fue una pésima idea.

El menor también lo creía, pero no se lo diría. Simplemente se levantó de la cama mientras se encogía de hombros.

—Lo hecho, hecho está —fue su única respuesta y Rose tuvo unas inmensas ganas de ahorcarlo por decirlo tan tranquilamente.

El timbre resonó en el piso de abajo y ambos hermanos intercambiaron rápidas miradas antes de salir corriendo hacia la entrada, deteniéndose en el preciso instante en el que la madre de ambos abría la puerta.

—Buenos días, señora ministra —saludó una agradable y suave voz femenina del otro lado.

—Buenos días —devolvió Hermione, observando a ambas figuras delante de ella.

—Un placer conocerla personalmente —dijo otra voz, logrando que Rose tragara en seco.

—Igualmente —los miró por cortos segundos antes de continuar—. Perdón que diga esto... pero ¿Quiénes son ustedes?, ¿Están buscando a alguien en específico o... ?

—Mamá —intervino Hugo con una sonrisa forzada, llegando a su lado—. Permíteme explicarte: Ellos son nuestros invitados, se quedarán toda esta semana hasta que el día de partir a Hogwarts llegue... Le pedí permiso a la abuela, por cierto —se apresuró en añadir, por si su madre preguntaba. Miró a su compañera de clases y se esforzó en no suspirar delante de todos—. Hola, Lyan.

—¡Hugo! —sonrió y el Gryffindor pudo asegurar que el día comenzaba a despejarse a su alrededor—. Me alegra mucho verte, perdón por la tardanza.

El pelirrojo hizo un ademán para que pasaran bajo la atenta e inquisidora mirada de su madre. Pronto ambos estuvieron sobre la bella alfombra artesanal que su tío Charlie le había regalado a su abuela como un recuerdo.

—Hola Rose.

El chico de orbes verdes la llamó de una forma tan dulce que temió que su rostro se encendiera como una antorcha hasta delatarla.

—Uhm, ¿Rose? —llamó Hugo entre dientes, manteniendo su creíble sonrisa.

—Lamento eso —se disculpó, caminando con falsa calma hasta los invitados—. Buenos días, Lucien...

—Buenos días —sonrió y ella bajó la mirada, apenada.

Hermione cerró la puerta y rodeó al pequeño grupo, terminando detrás de sus hijos con ambas manos sobre sus hombros.

—Disculpen el no haberlos hecho pasar inmediatamente —miró a sus hijos y suspiró—; estos hijos míos no me comentaron que vendrían.

—No hay problema, señora ministra —aseguró Lyanna educadamente, alisando la tela de su cómodo vestido—. En cierto sentido es culpa nuestra también: debimos presentarnos inmediatamente en cuanto nos vio.

—Eres tan dulce —alabó la adulta—. Puedes llamarme Hermione, aquí en casa no hay títulos.

—Como usted guste —miró a su primo mayor—. Lucien y yo valoramos mucho su trabajo en el ministerio, sobretodo la ley para la igualdad en el trato hacia las criaturas mágicas.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora