Navidad dorada

373 22 224
                                    

Su vista estaba fija en el reloj, por encima de la puerta que daba al exterior. Su respiración era un tanto intranquila y su pie se movía impacientemente.

Estaba nervioso, no iba a negarlo.

En ninguno de sus partidos de Quidditch se había sentido de aquella forma, era nuevo para él y en cierta forma sentía que podía acostumbrarse.

La vida de adultos le iba a traer más de un problema, así como no estaba mal que fuera haciéndose la idea.

— ¡Ya las veo! —Abel abrió la puerta y salió a toda velocidad.

Albus se levantó con un brillo especial en sus orbes verdes, comenzado a avanzar hacia el exterior.

— Aria... —murmuró antes de perderse del campo de visión de su hermano.

El corazón de James parecía hacer eco en sus oídos y todo a su alrededor empezó a moverse en cámara lenta. Miró hacia arriba y luego a la derecha; su madre le dedicó una sonrisa animada y al segundo siguiente ya estaba siguiendo a su hermano hacia afuera.

Albus abrazaba a Aria con una enorme sonrisa mientras Abel, quien era más alto que antes, rodeaba con sus brazos a la persona que se moría por ver. Esperó pacientemente hasta que el Hufflepuff se alejó para abrazar a su otra hermana.

Ahí estaba, completamente a su vista, tan hermosa como la recordaba, con aquel vestido granate, uno que él mismo le había comprado durante el segundo mes de convivencia.

Todo pareció detenerse en cuanto cruzaron miradas. Ella sonrió levemente y él solo atinó a observarla como un tonto.

Había hecho uso de su metamorfomagia para hacer crecer su cabello, que ahora le quedaba hasta la cintura, recordándole sus tiempos en Hogwarts. En su cuello reposaba un collar que hacía mucho tiempo no veía que utilizara, uno que había sido también un regalo suyo, en una Navidad pasada.

— ¡James! —llamó Lily a su lado, con un gesto cansado—. Llevo cinco minutos llamándote, tienes la camisa mal abrochada.

Se miró a sí mismo, viendo que lo que su hermana le había comunicado era verdad.

Rápidamente se dio la vuelta, deseando que nadie más lo hubiera visto, y se arregló los últimos botones antes de volver a la posición que tenía segundos atrás.

Suspiró levemente para luego tomar una gran bocanada de aire. Lamentablemente, los gemelos Foster acababan de quitarle su oportunidad de acercarse; aunque en cierto sentido, les agradeció mentalmente, puesto que no sabía qué le diría exactamente.

Había sido un idiota, lo sabía muy bien. La realidad era que él no había olvidado la fecha importante de aquel día, jamás lo haría, la verdad era que... él tenía planeado un acto muy especial, uno que contra todo pronóstico lo había llevado a encontrarse con su grupo de compañeros a las afueras del centro comercial, con el regalo bien guardado en su bolsillo.

Le habían dicho que los siguiera, porque se iba a llevar a cabo una  gran fiesta privada por la firma con unos importantes nuevos inversionistas, pero él se había negado. Ellos, lejos de rendirse, lo tomaron por los hombros, alegando que no iba arrepentirse y que podía sacar provecho de ello para que varios influyentes del deporte empezaran a hablar de él con buenos términos, más allá de ser solamente ''el hijo de Harry Potter''.

James sabía que sus compañeros no habían tenido mala intención y el saber que cierta cantante famosa a la que su novia le fascinaba estaría en la fiesta, lo hizo aceptar, pero solo por breves minutos porque debía regresar a su departamento por un asunto muy importante. 

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora