Estrella fugaz 1/2

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La Sala de los Menesteres se encontraba repleta.

Las luces, la música y las voces de los invitados llenaban hasta el más pequeño rincón del bello salón que la mágica sala les había concedido. Habían mesas estratégicamente ubicadas, repletas de comida y bebidas; solo bastaba pensar en algo y un plato se llenaba con la selección de alimentos. Lo mismo ocurría con las bebidas; sin embargo, estas tenían un hechizo de seguridad en caso de que a algún menor de edad se le pasara por la mente el pedir bebidas con alcohol.

—Espera. No. ¡Aria!

La veela rió con verdadera diversión, deteniéndose a pedido de su desesperado novio.

Ambos se encontraban en la pista de baile y mientras ella parecía toda una experta que respondía correctamente ante cada ritmo, él luchaba por no caer al tropezar con sus pies.

—¿Qué sucede, Albus? —acomodó parte de su cabellera dorada detrás de su oreja.

—Ya te he dicho que no sé bailar —suspiró, frunciendo el ceño al ver hacia abajo—. Estoy haciendo el ridículo.

Ella sonrió con dulzura al verlo fulminar sus propios pies, como si estos tuvieran la culpa de todo en aquel momento. Posó una mano en su rostro y lo obligó a verla para después dejar un beso en su mejilla con cariño.

—A mí me parece que lo estás haciendo bien —hizo una pausa en la que se miraron fijamente—. Te ayudaré e iremos a un ritmo más suave —usó su mano libre para tomar la suya, entrelazando sus dedos—. Solo es cuestión de ir acorde a la melodía. Sé que podrás hacerlo.

Se dejó guiar, embelesado por la belleza de cada movimiento que Aria realizaba. Ella se veía radiante con aquel vestido azul grisáceo que le llegaba por encima de las rodillas por delante y era largo por detrás.

Dieron un giro y siguieron el ritmo con cautela, logrando que Albus pudiera imitarla perfectamente.

Realmente la amaba. Ella lo era todo para él y tenerla para en aquellos intantes era un sueño hecho realidad.

—Se ven tan adorables juntos.

Se detuvieron en el acto, más por Albus que por Aria.

—James, ¿No tienes que ir a bailar por ahí? —increpó su hermano, viéndose muy molesto por haber sido interrumpido en aquella atmósfera que estuvo a punto de reinar entre Aria y él.

—No debes avergonzarte, hermano —ignoró por completo el que lo estuviera fulminando con la mirada y se atrevió incluso a revolver su cabellera—. Por un instante vi en ti a ese pequeño Albus de cinco años que bailaba entre lágrimas por no poder seguir el ritmo.

Dos de las parejas más cercanas rieron levemente al escuchar el comentario.

—James... —murmuró Aria, sabiendo muy bien que su novio se estaba esforzando por no hechizarlo por hablar de más.

—¿Tú también recuerdas cómo tenías que ir a ayudarlo para que su ropa no terminara toda empapada por su llanto?

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora