Los ojos del ángel

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Sus ojos se abrieron abruptamente en medio de la oscuridad que le otorgaba la habitación compartida.

Su rostro estaba pálido y las lágrimas no tardaron en salir como finos riachuelos que pronto empaparon sus mejillas.

La pesadilla había sido tan real...

Aún podía ver a sus padres en aquel horrible lugar. Su madre, su dulce y querida madre, encadenada e inconsciente junto a otras Veelas, mientras su padre, aquel al que tanto respetaba y quería, se veía débil en uno de los rincones, encadenado pero firme en su deseo por alcanzar a su esposa, sin éxito.

—¿Estás bien, Eros? —preguntó un adormilado Castiel, tallando uno de sus ojos mientras con su mano libre corría parte de la cortina de su cama.

—S-Sí —fue vacilante, pero lo suficientemente alto como para que la mente medio dormida de su compañero lo tomara como una firme aseguración—. Solo fue un mal sueño, yo... —se llevó la mano a la mejilla y reprimió un lamento, agradeciendo que la oscuridad era capaz de ocultar su fragilidad—. Estoy bien.

—¿Seguro?

—Sigue durmiendo, Cass, no es nada por lo que debas preocuparte —moduló su voz de manera que sonara lo más comvincente posible.

Castiel lo meditó unos segundos antes de volver a cerrar la cortina, quedando encerrado nuevamente en su espacio personal.

—Si necesitas algo, no dudes en llamar —comunicó y luego todo quedó en silencio, posiblemente porque el sueño había vuelto a apoderarse de él.

Actualmente Eros envidiaba eso.

El poder dormir sin preocupaciones. Extrañaba tanto el apoyar la cabeza en la almohada mientras se cubría con su manta hasta las orejas para así darle la bienvenida al mundo de los sueños, aquellos que siempre solíam ser maravillosos y tranquilos, últimamente habiendo tenido a Naktam invadiéndolos.

Pero ahora... Ahora no le quedaba ni siquiera eso.

Conociéndose perfectamente y sabiendo así que ya no podría volver a conciliar el sueño sin temer el retomar aquella pesadilla, se sentó en el borde de su cama, corriendo la cortina que lo rodeaba, quedando frente a las otras tres camas con sus cortinas bien cerradas conteniendo las respiraciones calmadas de los que allí dormían. Sus orbes azules divisaron la cama de su primo, aquel que muy amablemente le había hecho compañía en la madriguera cuando no deseaba hacer nada; él estaba sinceramente agradecido con Altair por ello, pero también se sentía culpable por no haber podido corresponder a ninguno de sus esfuerzos para que saliera siquiera al jardín a tomar aire.

Sorbió su nariz y se llevó ambas manos al rostro para limpiarlo suavemente. Se levantó con cuidado y con sumo silencio; un movimiento de varita fue suficiente para que al menos tuviera algo decente que usar fuera de la comodidad de su habitación y rápidamente se escabulló hasta cerrar la puerta y quedar en la soledad del pasillo de Ravenclaw.

Vagó y al final se encontró a sí mismo fuera de su sala común, bajando por la escalera de caracol que lo llevaría a la zona de "escaleras locas" que tantas veces había maldecido cuando en medio de su carrera por llegar temprano a una de sus clases —después de haberse quedado dormido—, lo habían llevado a un piso incorrecto o dejado en la nada por la lentitud de movimiento.

"Escuché que si uno no sabe a dónde ir y deja que las escaleras lo guíen, llegará al lugar en el que debía estar en aquel preciso instante"

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora