Éther

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—Albus.

James se encontraba en la habitación de su hermano vigilando su sueño con preocupación. Él nunca esperó que, al momento de regresar, Albus prácticamente diera señales de colisionar contra el suelo. Por eso mismo fue veloz y en un movimiento ágil lo sostuvo con fuerza y retuvo el golpe que pudo haberse dado al caer mal.

Actualmente, lo único que esperaba era una explicación, una clara respuesta para el shock de Adhara y lo poco que pudo contarles a todos de lo que había visto en el sufrimiento que Albus guardaba. Solo habían transcurrido dos horas pero el ambiente era pesado, gélido y su corazón se estrujaba ante tanto sufrimiento e incertidumbre. Con solo haber escuchado a su novia llorar tras la puerta había tenido suficiente, por eso había optado por quedarse junto a Albus, para que Maribel y su familia pudieran tener su propio espacio.

De momento, los párpados de su hermano temblaron y, sin poder procesarlo, pronto tuvo a Albus parpadeando desorientado. Los orbes verdosos quedaron al descubierto, pero estos estaban cristalizados y rojizos mientras una expresión ida, vacía y desolada decoraba su pálido semblante.

»Albus —llamó pero no logró captar su atención—. Al fin has despertado ¿Cómo te sientes? —Quizá esa no había sido una buena pregunta y la lágrima silenciosa que bajó por el rostro del Slytherin se lo confirmó—. Hermano, yo-

No pudo seguir hablando o al menos corregir su pregunta, porque en ese mismo instante Teddy y una extraña chica —cuyo rostro estaba cubierto por una máscara— ingresaron a la habitación.

El metamorfomago tenía un gesto serio y en los bordes de sus ojos se notaban vestigios de lágrimas. James suspiró tristemente, porque era más que evidente que su hermano mayor estuvo llorando hasta hace poco por Aria.

»Edward ¿Hay noticias de los aurores? —se apresuró a preguntar, puesto que no había visto a ninguno desde que decidió vigilar a su hermano.

—Están en reunión con la primera ministra, a la espera de la llegada de los representantes de los ministerios de Japón y Estados Unidos. —Algo no andaba bien, se notaba en la expresión que acababa de adoptar—. Tu padre y el señor Apolo están furiosos, no hay quien pueda controlarlos, sobretodo al segundo.

—¿Y eso porqué?

—Por los aurores de los otros países —explicó—. Ellos están retrasando el castigo para los que han sido capturados. Alegan que el ministerio no puede aplicar ninguna pena mientras sus respectivos líderes no estén presentes para opinar —exhaló pesadamente—. No es ético —recordó lo que había dicho el jefe del departamento de seguridad estadounidense—. Apolo Foster casi se lanza encima de Richard Mydson cuando le escuchó decir eso, porque justamente el criminal del que estaban debatiendo era el mismo que confesó haber atacado a Abel para que su señor pudiera llevárselo.

—¡Atacó a su hijo, un menor de edad! ¡¿Cómo es posible que no le dejen enviar al desgraciado a Azkaban?! —bramó James después de saber el destino de Abel—. Si Maribel se entera...

—El punto, James —tuvo que interrumpir—, es que, hasta que no lleguen los ministros de Japón y Estados Unidos, sus aurores no permitirán que nuestro ministerio toque a ninguno de los criminales bajo su poder —frunció el ceño—. Desde la perspectiva jurídica, lo que ellos dicen es lo correcto, porque este ataque es algo que incumbe a los tres ministerios. Sin embargo, desde nuestra perspectiva como personas que han sido lastimadas o que han perdido familia por culpa de ellos... Es evidente que lo único que queremos es verlos recibir un castigo severo para luego ser enviados a la torre más sucia y más cerca de los dementores que exista en Azkaban.

El de gafas le dió la razón en silencio, estando más que de acuerdo con lo que acababa de decirle. No quería imaginar a su novia después de saber esa verdad, misma que le arrebataba a su segundo hermano.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora