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Las semanas de partido habían ido avanzando poco a poco hasta aquel partido que, para mí, era uno de los más especiales, no solo porque iba a mi casa, sino porque regresaba al club que me había visto crecer desde que estaba en minibasket, el Estudiantes.

Al estar bastante cerca de Madrid, no nos había tocado madrugar. Cogimos el autobús a las once de la mañana, con la previsión de llegar allí a la hora de comer y hacerlo en alguno de los restaurantes que había cerca de Magariños. Mi familia iba a venir a verme, incluido mi abuelo Pelayo al que echaba mucho de menos porque no se podía desplazar al igual que los demás, pero, sí que iba a echar en falta a Nora puesto que mi hermana me había avisado de que al final iba a ser imposible que mi sobrina fuera al pabellón y eso que estaba muy cerca de la casa de su padre. María no me había querido dar muchos detalles por el momento, dejándolo todo para después del partido.

Llegué a Canalejas bastante puntual, dejé mi maleta en la parte de abajo del autobús y me senté en el que ya era mi sitio después de saludar a nuestro conductor. Kelsey y Raquel eran las únicas que habían llegado ya, por lo que me puse a hablar con ellas en lo que aparecían las demás.

- Buenos días, amiguis – saludó Lourdes rompiendo cualquier tranquilidad que pudiera reinar allí - ¿Cómo habéis dormido?

- No creo que tan bien como tú, que a las diez ya ni un mensaje respondías – contesté yo

- Es que la noche de antes de un partido hay que dormir bien y estar relajadita y tú ya sabes que a mí se me dan muy bien ambas cosas

- Sí, ya lo sé yo – respondí negando con una sonrisa

El conductor arrancó enseguida el autobús, saliendo en apenas cinco minutos de la ciudad y allí cada una decidió ponerse a sus cosas. Algunas optaban por seguir durmiendo o escuchando música, otras jugaban a las cartas, los entrenadores aprovechaban para hacer scouting y Lourdes, Anna y yo nos dedicábamos a ver el partido del Uni Girona que jugaba contra el Gernika.

Era un encuentro bastante interesante, el Gernika siempre era uno de esos equipos que te podía sorprender y allí jugaba Rosó, una de esas personas que solo eran alegría tanto dentro como fuera de la pista y a la que consideraba de las mejores amigas que me podía haber dado el baloncesto. Cada vez que podía la veía, al igual que sabía que ella hacía conmigo y, aquella ocasión merecía la pena.

Amelia se encargaba de defenderla por lo que así tenía una excusa para recrearme un poco en la escolta y que mis amigas no se dieran cuenta, o al menos eso es lo que yo pensaba.

- Hija, Luisi, hazte así – soltó Lourdes entre risas haciendo como si se limpiara la barbilla – menudo retrato que le acabas de hacer a Amelia

- Estaba mirando a Rosó – me excusé

- Sí, claro, no uses a nuestra amiga para eso – bromeó intentando picarme

- Bueno y si la estoy mirando, ¿qué? Tengo ojos en la cara y no se pueden negar las cosas

- No, si mal gusto no tienes la verdad – comentó Anna, que se había mantenido en silencio hasta ahora - ¿habéis visto qué brazos? En Turquía deben de haberla estado poniendo a levantar piedras, porque tú me dirás – siguió sin apartar la mirada también

- Y que lo digas – se me escapó - ¿y lo bien que le quedan los pantalones? Porque a casi nadie le quedan bien y menos ese color amarillo, pero es que parecen hechos para ella

- Bueno, ¿qué? ¿Estáis al partido o a babear por la morena? Porque madre mía ni que estuvierais necesitadas

- Claro, como tú ya tienes por quién babear – solté yo intercambiando los papeles

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora