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A la mañana siguiente, la luz del sol fue la culpable de que me despertara. Hacía mucho que no descansaba tanto y sabía que los brazos de Amelia refugiándome y sus manos acariciando mi pelo fueron en parte consecuencia de ello.

Cuando me giré para encontrarme con ella, no pude evitar sonreír al ver su rostro relajado. Acaricié suavemente su perfil y me detuve en sus labios por unos instantes. Estaba guapísima con sus rizos revueltos por la almohada y a mí me fue imposible no besar su mejilla suavemente y desplazarme con besos cortos hasta su boca. Sentí cómo la curvatura de sus labios cambiaba dedicándome una pequeña sonrisa y comenzaba a pestañear, acomodándose a la luz que había en la habitación.

— Buenos días — dijo con la voz un poco ronca — como necesitaba dormir así contigo.

— Pues no te puedes imaginar lo que lo necesitaba yo — ella asintió y enredó sus dedos en mi pelo.

— ¿Has podido descansar? — preguntó acercando su rostro un poco más al mío, rozando nuestras narices con una pequeña carantoña justo antes de besarme.

— Sí, hacía tiempo que no me sentía así, no sé, es como si me hubiese quitado un peso de encima.

— Es que te lo has quitado, cariño. Queda todavía mucho por delante, pero al menos sabrás que ese señor ya no te podrá hacer nada.

— Sí, tengo que hablar con Naiara para que me cuente un poco y con la amiga de mi hermana.

—Me parece bien, pero, antes, ven aquí, que necesito cobrarme todos los besos que no te he podido dar estos días.

— Uy, que nos hemos levantado tontitas y mimosas.

— Pues sí — asintió poniendo cara de niña pequeña y me atrajo hacia ella para poder besarme con ganas.

Después de un rato tranquilas las dos en aquella cama de su habitación de hotel, decidimos levantarnos para comenzar un poco el día. Mi hermana y Lourdes me habían avisado de que iban a ir a desayunar a una cafetería bastante conocida de la ciudad, por si nos apetecía y así ya también podíamos ponerlas al día. Aceptamos su propuesta y, mientras que Amelia se metía en la ducha, decidí llamar a Naiara para conocer más sobre todo lo que había pasado con la detención del que había sido mi entrenador.

— Hola, Luisita, ¿cómo estás?

— Bien, un poco más tranquila, la verdad.

— Me alegro. Supongo que me llamas para saber un poco, ¿no?

— Supones bien.

— Ha pasado toda la noche en la comisaría de aquí. Hace un rato ha podido llamar al abogado que le llevará el caso y hemos establecido como medida cautelar una orden de alejamiento para que no pueda estar cerca de ti en lo que sale el juicio que no será muy tarde. Tu equipo también está ya al corriente de todo y no tardará en saltar la noticia en los medios.

— Madre mía, no sé si estoy preparada para todo eso.

— Seguro que sí, es un camino complicado, pero lo más difícil ya está hecho y tú estás a salvo.

— Sí, ¿puedo preguntar qué pasó? — pregunté interesada.

—- ¿Qué te parece si te pasas por la comisaría en un rato para hacerte unas preguntas y ya te cuento bien todo?

— Sí, claro, en un rato estoy allí. Muchas gracias, Naiara.

Corté la llamada y me quedé un rato pensativa mientras miraba por la ventana de aquella habitación. Todavía no era capaz de comprender que una persona con la que había compartido tantas cosas, que había sido fundamental en mi desarrollo como jugadora desde que había regresado a España y que se había ganado mi confianza hubiese llegado a esos extremos.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora