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El viaje hasta Girona se me hizo especialmente largo. Tuve que parar varias veces para descansar y tomar algo con cafeína puesto que mi cuerpo no podía más, pero, finalmente, conseguí llegar de madrugada hasta las puertas de mi piso.

Durante todo el camino, no dejé de repasar en mi cabeza todos los momentos que había vivido con Luisita. Me sentía como en una nube, porque por una parte era algo que había deseado tanto, aunque me hubiera reprimido, que me parecía irreal haberlo conseguido y todo lo que me había hecho sentir estar con ella, pero por otra, también tenía un poco de remordimiento.

Mandé un mensaje a Luisita indicándole que ya había llegado y me respondió casi de inmediato. Me enternecí al ver lo pendiente que estaba y que seguramente no se había llegado a dormir a pesar de las horas que eran y abrí la puerta de casa encontrándomela muy diferente a la última vez que había estado allí.

Caminé en silencio, sintiendo mis pulsaciones mucho más rápido que de costumbre y vi que las estanterías del salón ahora tenían huecos demasiado vacíos. Seguí caminando hasta mi habitación, abriendo el armario y allí sí que el mundo se me vino encima. Ya no había ropa de Laura, tan solo la mía estaba colgada ocupando la mitad del espacio. Comencé a agobiarme un poco, sintiendo una presión en el pecho que desembocó enseguida en el llanto y me dejé caer en el suelo llorando ya sin control.

Es cierto que la decisión en parte la había tomado yo, que venía de tener un maravilloso día con Luisita, pero eso no quitaba que todo aquello tan de golpe me doliera. Lloré sin reparos como una niña pequeña que se siente perdida y cansada en el mundo, hasta que sentí que ya no me quedaban más lágrimas por derramar. Me quedé un rato allí, mirando a cada rincón de mi habitación y caí en que incluso habían desaparecido algunas de nuestras fotos.

Me levanté, sintiéndome un poco desequilibrada por la carga emocional que tenía y fui a la cocina para coger un vaso de agua, cuando me encontré una hoja escrita con la letra de Laura.

Ya he recogido todas mis cosas, si encuentras algo más, llévamelo al entrenamiento cuando puedas.
Me he llevado también algunas de nuestras fotos y el tocadiscos que me regalaste en mi último cumpleaños. Espero que estés bien.
Laura.

Vi como la marca de una lágrima se podía ver claramente en ese pedazo de papel y yo no pude controlar mis lágrimas tampoco. Me preocupaba saber cómo estaría Laura y cómo habría sido para ella despedirse de esta casa y recoger todas sus cosas. Es verdad que no llevábamos mucho tiempo viviendo aquí, pero todos los recuerdos que habíamos atesorado durante estos años, estaban presentes por toda la casa. Todos los regalos que nos habíamos hecho, los souvenirs que habíamos comprado durante nuestros viajes, las fotos que habíamos decido imprimir para adornar nuestra casa porque cada una de ellas considerábamos que tenía algo especial. Esta casa era un proyecto de las dos y cuando miraba a mí alrededor ahora me sentía vacía.

Volví a la cama muerta del cansancio, tanto físico como emocional. Sabía lo que tenía que hacer con esta casa. La iba a volver a pintar y a decorarla de nuevo, porque este era un nuevo inicio, un inicio en el que estaba sola y, aunque me daba bastante vértigo, a la vez tenía un mundo de posibilidades en el que yo era la total y absoluta dueña de lo que iba a pasar.

Terminé cayendo rendida sin darme cuenta y dormí del tirón hasta que el sonido de  la alarma me anunció que debía prepararme para llegar al entrenamiento a tiempo.

Decidí ir caminando aprovechando que el pabellón no me quedaba muy lejos y me puse los cascos escuchando algo de música que pudiera espabilarme. Si la alarma no hubiese sonado, me habría pasado toda la mañana durmiendo en la cama, más aún después de lo de anoche, pero necesitaba centrarme en mi trabajo, más ahora que llegaba la última fase y demostrarme también a mí misma que podía con todo lo que se me viniera encima.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora