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Habíamos superado los nervios de este primer partido. Volver a casa siempre era una alegría, pero también una gran responsabilidad y sabía que había muchas expectativas puestas en mí. Solía llevar bastante bien la presión, pero los nervios eran inevitables y, aunque no habíamos podido ganar esta vez, estaba bastante contenta con el partido que había realizado.

La decisión de volver a casa había sido muy difícil y meditada. Fuera de España había conseguido todo a nivel deportivo, pero al final, y con el paso de los años, me había dado cuenta de que eso no era todo lo que quería. Cada vez estaba más triste, apenas tenía vida más allá del baloncesto y echaba mucho de menos a mi familia y a mi gente. Me dolía no poder ver crecer a mi pequeña sobrina Laia y, además, mi relación tampoco estaba en su mejor momento.

Laura y yo llevábamos más de cinco años juntas. Cuando la conocí, ella era uno de mis referentes. Siempre la había admirado a nivel deportivo y nunca pensé que ella se fijaría en mí. Nuestra relación había sido muy intensa desde el principio y para mí había sido un sueño hecho realidad. Ella siempre había sido mi gran apoyo en todo, había crecido como persona y también en ese deporte junto a ella, pero últimamente las cosas no estaban yendo bien. Quería pensar que todas las dudas y la situación en la que me encontraba a nivel personal también nos estaba afectando, pero la realidad es que cada vez tenía menos claro todo.

Al final habíamos tomado la decisión de volver a España también como una manera de luchar por nuestra relación, de empezar esta nueva etapa ilusionadas y de tener más vida a parte de nosotras, ya que en Turquía al final estábamos prácticamente veinticuatro horas juntas y eso no era sano para ninguna relación.

Este primer mes, había ido bastante bien. Nos dedicamos a adaptarnos al equipo y a entrenar mucho, pero también a amueblar y decorar nuestra nueva casa. Me encantaban esos pequeños detalles, ir a Ikea juntas y conseguir que esas paredes se convirtieran en nuestro hogar. También tenía la suerte ahora de tener a mi familia solo a unos minutos en coche y eso me había aportado una gran felicidad. Todo parecía ir mucho mejor, pero sería cuestión de tiempo ver si habíamos tomado la decisión adecuada.

Kelsey nos había invitado a una pequeña fiesta que tenían las chicas del Avenida, nuestro eterno rival, pero sabía que Laura no querría ir. Habíamos decidido salir a dar un paseo por las calles de la ciudad sin rumbo fijo, pero a mí sí que me apetecía pasarme un rato y ponerme al día con mi excompañera. Nos conocimos jugando en Turquía y ella fue un gran apoyo para mí en la etapa que coincidimos. Era una gran jugadora, pero sobre todo, una gran persona fuera de la cancha y le tenía un cariño especial.

— Amor, ¿de verdad que no te animas a ir un ratito a ver a Kelsey? Estamos aquí al lado — le sugerí tratando de hacerle cambiar de opinión.

— Estoy cansada, pero tú ve si te apetece. Yo te espero en el hotel sin problema.

— Ya, pero no sé. Me da cosa.

— Sé que es tu amiga y de verdad que no me importa, pero yo hoy no tengo ganas de socializar y encima ya sabes que la mayoría de las jugadoras de ese equipo no son santo de mi devoción.

— ¿Quién es santo de tu devoción? — le pregunté yo entre risas porque la verdad es que Laura era el tipo de persona a la que amabas u odiabas y ella también era un poco así con las personas.

— Bueno mucha gente, tú, por ejemplo — me dijo dejando un dulce beso en mis labios —y ahora ve, anda...

— ¿Seguro que no te importa?

— Seguro, pero vamos a hacernos una foto ahí que la quiero poner en insta.

Nos hicimos la foto, nos despedimos y caminé la poca distancia que me quedaba hasta la ubicación de la fiesta según marcaba el gps. Por lo que me habían comentado, en ese bloque de pisos vivían la mayoría de las jugadoras del Avenida. Era una urbanización bastante moderna y, como no tenía muy claro dónde era, decidí llamar a Kelsey para que viniera a buscarme. No tardé nada en ver su cabellera rubia asomar por una de las puertas. La seguí y subimos hasta el tercer piso. Creo que esta vez la fiesta era en casa de Anna. No la conocía mucho, pero habíamos coincidido alguna vez en la selección y me parecía una chica muy maja. Justo fue ella la que nos abrió la puerta y me saludó cariñosamente.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora