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De aquella conversación con Amelia habían pasado ya un par de semanas. Lourdes y yo queríamos tenerlo todo bien planeado para no fallar y sin descuidar que, a pesar de nuestra corazonada, podría ser cualquier otra persona quien me acosaba.

Había seguido recibiendo anónimos, tanto mensajes como alguna que otra carta en mi casa y, a pesar de que intentaba preguntar si habían visto algo raro al resto de mis compañeras, sin querer entrar en detalles, todo el mundo me respondía que nada fuera de lo normal. Además, tenía que tener en cuenta que Miguel vivía por allí cerca y que seguramente había aficionados en los edificios de alrededor.

La exposición en redes de cualquier indirecta que pudiera dar a entender que Amelia y yo estábamos juntas había desaparecido por completo y, además, no habíamos tenido la oportunidad de vernos, solo de hablar cada día como siempre hacíamos, por lo que el anónimo estaba bastante contento con esa parte. Y yo simplemente me limitaba a ir a entrenar, con precaución, salir a tomar café a la plaza con mis compañeras y viajar con el equipo cuando tocaba.

Eso sí, en aquellas dos semanas, Lourdes se había convertido, si no lo era ya, en una persona vital para mí. Íbamos juntas a casa, comíamos y cenábamos en una casa o en la otra, me seguía en mis intuiciones durante los entrenamientos y nos pasábamos los ratos libres pensando en ese plan que pronto íbamos a poner en marcha.

— ¿Estás lista? — me preguntó mi amiga entrando en casa.

— Guardo las deportivas y estoy — comenté, colocándome la última horquilla para que no me quedara ni un pelo libre que pudiera molestarme durante el entrenamiento.

— Vale — respondió ella cerrando y yendo a la cocina a coger un vaso de agua.

Me aseguré de que llevaba todo en la mochila y salimos las dos del edificio. Llevábamos unos cuantos días yendo andando hasta el pabellón aprovechando que hacía buen tiempo y que en aquella ciudad podías llegar a cualquier sitio andando sin problema.

— ¿Estás segura de que quieres que lo soltemos hoy? — me preguntó Lourdes.

— Sí, no quiero esperar ya más y que se nos echen todos los partidos importantes encima. Imaginate que es él, si lo echan, de alguna manera va a ser también una faena para el equipo. Nos quedamos sin entrenador en la recta final.

— Eso te tiene que dar exactamente igual, Luisi, lo más importante ahora mismo es que se acabe todo esto y estoy segura de que si es él, el club se las arreglará para hacer lo más conveniente.

— Eso espero y también que la afición y todos estén de mi parte, porque con estas cosas siempre puede haber algún imbécil que le dé la razón.

— Porque son imbéciles, tú misma lo has dicho — soltó ella.

— ¿Y si no fuese él? Tengo miedo de estar centrada en eso, equivocarme y que mientras ese loco esté suelto y siga vigilándome.

— Pues ya sabremos qué hacer, ¿vale? Vamos a ir por partes y pensando siempre en que la policía también está detrás de esto.

— Sí, tienes razón.

Asentí, viendo cómo mi amiga me acariciaba el brazo con cariño y en menos de veinte minutos estábamos ya entrando en la zona del parking del pabellón. Al ser por la mañana se escuchaba el griterío de los niños que estaban en el colegio y se veía pasear a algún adolescente del instituto que había al lado y que ya reconocíamos después de tantos días estando por allí.

Entramos directas a los vestuarios para cambiarnos y Miguel se asomó ligeramente avisándonos de que ya estaba por allí y de que nos diéramos prisa para empezar cuanto antes. Mis compañeras fueron saliendo hasta que solamente nos quedamos Lourdes y yo.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora