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Tras las duras semanas de preparación, con partidos amistosos, entrenamientos exhaustivos, sesiones con la psicóloga, scouting, por fin llegaba el día de trasladarnos a Holanda. Acabábamos de subir al avión que nos llevaría a la capital donde se jugaría el Eurobasket y, en mi opinión, llegábamos en un momento excepcional. Habíamos ganado todos los encuentros amistosos, el equipo cada vez estaba mejor, se notaba el trabajo que se había estado haciendo y, además, llegábamos en un buen estado tanto físico como anímico. Nos apoyábamos entre nosotras, sabíamos ayudar cuando alguna estaba algo más de bajona y aquello se notaba en nuestro buen rendimiento. También se apreciaba en el buen ambiente que reinaba y sobre todo, en el objetivo común que todas teníamos. Queríamos hacer algo grande y sabíamos que este año era factible.

El vuelo duraba unas tres horas que me pasé durmiendo sobre el hombro de Luisita y mirando disimuladamente lo guapa que estaba con aquellos rayos de sol que atravesaban en aquel momento la ventana que tenía al lado de su asiento. Nos había tocado compartir aquel espacio con Lourdes que, en cuanto pasó el momento del despegue, se había puesto los cascos y había hecho como si no nos conociera de absolutamente nada.

Al llegar, nos recibió un autobús que nos llevó directas hacia el hotel y allí repartimos las habitaciones que teníamos asignadas. Luisita y yo tuvimos la suerte de volver a coincidir, así que sabía que pasara lo que pasara en la pista, tenerla a ella abrazada a mi cuerpo por las noches iba a conseguir tranquilizarme.

— ¿Cuándo venía tu familia? — le pregunté a la rubia mientras comenzábamos a colocar la ropa en el armario y organizábamos las equipaciones para los primeros partidos teniendo en cuenta el color del que nos tocaría jugar.

— Mañana, cogían el vuelo por la mañana y así aprovechaban para ver un poco la ciudad. Tu hermana también venía, ¿no?

— Sí y mis padres, pero, yo Luisita, no sé si estoy igual de preparada que tú para contarles todo. Txell lo sabe y mi madre también, pero mi padre ya sabes que es un poco más chapado a la antigua y después de lo de Laura, no sé cómo se tomaría esto.

— No te preocupes, de verdad — la rubia se sentó en la cama y me obligó a hacer lo mismo — Lo entiendo y sé que para ti es difícil hablar con él y más sobre estos temas. No me importa, en serio.

— Es que ojalá tener un padre como el tuyo.

— Bueno, tiene sus cosas eh, que es muy cabezón, pero sí, he tenido mucha suerte con ellos y lo valoro. Así que de verdad, no te preocupes y cada cosa que te atormente, cuéntamela.

— Lo sé — asentí — Te quiero — Luisita me besó y se volvió a levantar para acercarse a la ventana y apreciar las vistas.

Aquella misma tarde, tuvimos una sesión de entrenamiento y, al finalizar, la seleccionadora nos dio libertad para salir del hotel si queríamos y cenar en algún sitio diferente. Varias del equipo decidieron salir con sus familias, pero nosotras, al no estar allí todavía las nuestras, decidimos ir a un restaurante que había por allí y pasear un poco por la ciudad. Decidimos invitar también a Lourdes y a Ona para que nos acompañaran, pero ambas terminaron rechazando la oferta, prefiriendo descansar después de lo movido que había sido el día.

Luisita había buscado un restaurante que había por la zona y quedamos en dar después un paseo por los canales aprovechando el buen tiempo que hacía. A mí me habría encantado aprovechar la visita para ir a alguno de los museos más famosos de la ciudad, pero con lo ajetreada que era la agenda en un momento como aquel, me valía con estar por allí tranquilamente a lado de la rubia.

— Te apetece un helado, como en los viejos tiempos — soltó Luisita al ver una heladería que había justo a nuestra derecha.

— Ni que lleváramos media vida juntas, que no hace ni un año desde aquel helado al que me invitaste.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora