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Aquellos días que Amelia me prometió que pasarían rápido, terminaron pasando.

El primer partido de la final fue alucinante. Nuestra afición se volcó más que nunca en animarnos, en ser un equipo y empujarnos en los últimos minutos, cuando el marcador estaba bastante igualado y ganar nos daba un pequeño respiro. Aquella noche, después de poder llevarnos el primer punto de la final, pude disfrutar de Amelia, de tenerla en mi casa, de su cuerpo, de sus labios, de nuestros besos.

La morena se fue por la mañana, antes de que el autobús de su equipo partiera sin ella. Aquel día apenas me dio tiempo a echarla de menos y enseguida estábamos viajando hacia Girona. En cuanto pisamos el pabellón para entrenar y vi que ellas estaban terminando, me hice la tonta esperando en el túnel de vestuarios y, en cuanto entró a solas, cogí su mano y, a escondidas, me cobré todos los besos que no le había podido dar el día anterior.

En Girona cambiaron las tornas y fueron ellas las que terminaron llevándose el partido para hacer que el de Salamanca fuera el definitivo. Asi que ahí estaba entrenando un poco triste, porque debido a que el conjunto de la morena había sufrido un atasco bastante grande de camino, llegaban con retraso y no íbamos a terminar coincidiendo ni aunque fuesen 5 minutos.

— Terminamos con una ronda de apuestas y a descansar — soltó Miguel desde la zona en la que solían estar los árbitros de mesa

Me coloqué detrás del tiro libre y, al comprobar que era Lourdes la que iba a tirar, decidí apostar porque sí que entraba el tiro. Sin embargo, mi amiga falló y terminé siendo la única tonta a la que le tocaba correr, tocar la línea del lado contrario y volver.

Terminamos por fin y, tras cinco carreras extra que me había tocado hacer, fui directa a la ducha para así no tener que hacerlo al llegar a casa y ganar minutos de descanso.

— Qué penita que no puedas ver a tu chica — soltó Lourdes cuando estaba ya terminando de vestirme.

— Pues sí — respondí con un pequeño puchero — Aunque tú pareces disfrutarlo, como tú tienes a mi hermana en casa desde hace una semana.

— Uy qué envidiosa — rodé los ojos y le lancé la sudadera al ver cómo me hacía burla — ¿Te acerco a casa o no?

— Pues ya que estás, qué menos.

— Y luego te quejas de mí, lo que hay que aguantar contigo.

Me puse la sudadera que antes le había lanzado a mi amiga y me coloqué la mochila. Lourdes terminó casi a la vez y nos fuimos juntas a casa.

Al entrar, dejé las cosas en la entrada y me fui directa a la cocina para prepararme algo de comida postentreno. Me senté en el sofá, apoyando las piernas en la mesita, mientras ponía alguna serie de fondo y terminé quedándome dormida en aquella posición.

Cuando me quise despertar, había pasado más de una hora. Fui a preparar las cosas para el día siguiente, a ponerme la camiseta que solía usar para dormir y un pantalón de chándal que usaba a veces, recogerme el pelo en un moño y regresar a la cocina para prepararme algo para cenar.

Comencé a sacar las verduras cuando escuché el sonido del interfono. Me sorprendió bastante porque no esperaba a nadie, así que supuse que seguramente sería mi hermana que habría bajado a algo y su querida novia estuviese pasando de ella. Abrí sin ni siquiera preguntar y dejé la puerta de casa entreabierta para que entrara sin problema.

Sin embargo, cuando vi cómo unas manos cubrían mis ojos y sentí aquel olor que me era ya tan fácil reconocer, me giré enseguida, sin dar crédito.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás loca?

—Sí, me moría por besarte —me contestó lanzándose a mis labios — saber que estábamos tan cerca, respirando el mismo aire y no verte hasta mañana no iba a dejar que me durmiera, así que me he escapado un ratito.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora