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La situación en la selección había cambiado mucho desde ese primer día de concentración en Madrid hasta hoy. Habíamos conseguido hacer piña entre todas, el ambiente era excepcional y la victoria en Málaga no había hecho nada más que reforzar la buena sintonía del equipo.

Tenía que admitir, por mucho que me pesara, que Laura era una buena capitana y una buena líder, y que gran parte de todo esto era gracias a ella. Se notaba la gran experiencia que había adquirido en todos estos años jugando con la selección y era un plus a la hora de formar un equipo competitivo en tan pocos días.

Estábamos en el aeropuerto y acabábamos de pasar el control de seguridad para poder coger el avión a Budapest, nuestro próximo destino.

Hungría era el rival más fuerte al que íbamos a enfrentarnos en esta ventana. Al menos, de manera objetiva, porque en este deporte nunca se sabía y no me gustaba subestimar a nadie.

Habíamos preparado el partido a conciencia y todas íbamos muy motivadas para ganar y estar un paso más cerca del Eurobasket que era nuestro objetivo final.

Llegamos a la puerta de embarque y como íbamos en preferente pudimos subir al avión directamente. Las azafatas nos indicaron dónde estaban nuestros asientos que se encontraban justo en el morro. También nos cogieron los abrigos y era la primera vez que me pasaba. No había viajado mucho en preferente, pero los asientos eran una pasada y el espacio también. Por suerte, yo no era de las jugadoras más altas, pero para algunas compañeras viajar en turista era una auténtica tortura. Era pasarse las más de tres horas de vuelo, en este caso, con las rodillas en la garganta. Miré el número de mi asiento en el billete y era el 6A. Pude ver que me tocaba ventanilla así que dejé mis cosas y me acomodé.

— Bueno pues nos toca también ser compañeras de vuelo — me dijo Amelia con una sonrisa — lo han hecho por orden alfabético de apellidos.

— Di la verdad, que no te quieres separar de mí, ni en los partidos, ni en los entrenamientos ni ahora en el avión. Se va a poner celosa Laura... — le dije de coña.

— Me has pillado — me contestó guiñándome un ojo y siguiéndome el juego.

— No, en serio, yo no tengo problema en cambiarle mi asiento a Laura ¿eh? Díselo si quieres — le ofrecí. Si que me molestaba porque me encantaba ventanilla, pero bueno, no me importaba.

— No te preocupes si ella se va a dormir antes de que despegue, así que casi prefiero alguien que me entretenga más...

— Pues yo nunca me duermo y se me da genial entretener. Tengo alma de payaso dentro — le dije y ella rio.

— Ay, por cierto. ¿Te acuerdas de Nacho el fotógrafo? — me preguntó y yo asentí — pues es mi amigo y el otro día me pasó algunas fotos de las que descartaron ¿Las quieres ver?

— Claro.

Ella buscó en su móvil y se acercó para que yo viera la pantalla. En la primera imagen salíamos todas desastrosas sin colocar y con posturas rarísimas.

— Me meo. ¡Vaya cuadro! Creo que solo se salva Lourdes, como no, lo diosa que es.

— Ya ves, es que menudo desastre y mira esta — dijo pasando a la siguiente foto.

Esa foto era de las últimas que nos hicieron solas a las dos y salíamos sujetando el balón y riéndonos a carcajadas de lo más natural.

— Mira, si ahí parece hasta que nos caemos bien ¿eh? — le dije de broma.

— Ya ves, si esas imágenes salieran a la luz perderíamos nuestra imagen de eternas rivales que se odian.

— No en serio, me encantan. Son super bonitas. Pásamelas — le pedí.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora