Un sueño compartido

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La Navidad había llegado por fin y con ello unos días de descanso merecidos. Había pasado la Nochebuena con mi familia y, aprovechando que hasta el 28 no tenía que incorporarme con el equipo, había invitado a Amelia a pasar tres días en Madrid conmigo.

Desde que fui a recogerla a la estación, no me había querido separar de su lado. Ese mismo día mi padre había decidido preparar una paella para juntarnos todos en casa y por la tarde Amelia y yo habíamos quedado en ir al teatro a ver una obra que me había recomendado mi hermana. Me apetecía mucho hacer planes de ese tipo con la de rizos. A la salida, reservé en un restaurante del centro y disfrutamos de una cenita romántica mientras podíamos observar las calles llenas de luces de Navidad.

— He quedado con Nora para llevarla mañana a dar un paseo por aquí y ver las luces con ella, ¿te parece bien? — le pregunté mientras caminábamos por la Gran Vía madrileña cogidas de la mano.

— Claro, aunque con tanta gente, me da un poco de miedo con lo torbellino que es aquí la amiga.

— Me ha prometido que se portará bien si a cambio la llevamos a merendar, ya sabes, es una chantajista.

— A quién se parecerá.

— Oye — solté yo, dándole un pequeño golpe con mi hombro viendo cómo sonreía.

Seguimos caminando por allí, decidiendo regresar a casa dando un paseo y atajando entre las callejuelas que nos llevaban hacia Chamberí, hasta que llegamos al portal de mi casa. Subimos en silencio, por si había ya gente dormida y, cuando abrí la puerta, comprobé que estaban ya todos en su habitación por lo que, tras pasar por la cocina y coger algo de agua, Amelia y yo hicimos lo mismo, tumbándonos en aquella cama que me había acompañado tanto tiempo. Me abracé a ella y, mientras dejaba caricias en mi pelo, terminé quedándome dormida.

Al día siguiente, Amelia me acompañó a hacer algunos recados para el bar de mi familia y la verdad es que me encantaba tenerla en lo que había sido mi rutina durante muchos años. Terminamos de comprar algunas cosas en el Lidl y nos fuimos a tomar algo al bar. Mi abuelo se puso a hablar con Amelia, contándose sus cosas y yo disfruté como mera espectadora de la conversación.

A decir verdad, estaba realmente feliz con aquellos días de completa desconexión. De hecho, llevaba desde ayer sin atender a ninguna red social, ni siquiera Whatsapp y no lo estaba echando nada de menos. Sin embargo, me había tocado mirar el móvil para saber el horario de los entrenamientos de aquella semana que nos iba a pasar Miguel, por lo que aproveché también para subir un storie a mejores amigos de una foto que le había sacado el día anterior a Amelia y que me encantaba.

Me daba un poco de miedo entrar en aquella aplicación porque sabía que siempre tenía algún que otro mensaje directo del anónimo y aquella vez no iba a ser menos. Me había enviado un mensaje hacia un par de horas. Dudé unos instantes en si mirarlo o no, pero al final terminé haciéndolo.

“Tengo que confesarte que esto de pasar unos días lejos de ti me está costando. Te echo de menos, Luisita”

Y, de alguna manera, a pesar de que me seguía angustiando al ver que no paraba, me tranquilizó saber que no estaba a mi alrededor durante aquellos días. El mensaje en sí era interpretable de múltiples formas. ¿Pasaba unos días lejos de mí porque era fan y hacía días que no jugábamos? ¿Porque era de Salamanca? No sé porque me daba la sensación leyendo el mensaje de que era alguien más cercano de lo que pudiera imaginar, pero era imposible averiguar nada. Por el tipo de mensajes daba por hecho que era un hombre, pero ¿podría ser una mujer? No, no lo creía.

La policía se había puesto en contacto conmigo varias veces en este mes para pedirme información y contarme cómo iba la situación, pero aún no habían encontrado nada relevante o eso me habían dicho. Aún así, tenía que reconocer que desde que habíamos denunciado me sentía bastante más tranquila.