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La vuelta a Girona fue la vuelta a la realidad. No era capaz de sentirme bien, daba igual que me estuviera dedicando a la profesión de mis sueños, que estuviera en la ciudad en la que quería estar, algo no encajaba y ese algo estaba claro que era yo.

Laura y yo habíamos pasado una semana bastante mala. Nos hablábamos casi por compromiso y, muchas veces, terminábamos discutiendo sin sentido. El sábado teníamos un partido bastante importante contra Valencia y lo usábamos ambas como excusa para no afrontar más nuestros problemas, hasta que el viernes Laura decidió plantarse y hablar. No solucionamos mucho, pero sí lloré todo lo que necesitaba y ella estuvo allí abrazándome y dándome el calor que necesitaba en aquel momento.

Intenté dormir, con mi cabeza apoyada sobre su pecho como siempre había hecho, sus manos se enredaban en mi pelo, reconfortándome y, aunque no fueron demasiadas horas, sentí que por fin había descansado todo lo que no había hecho en toda la semana.

- Te he preparado el desayuno – comentó Laura, acercándose a mí y besando cortamente mis labios para darme los buenos días – hay un poco de todo, ya sabes que es importante coger fuerzas para hoy

- Gracias – le sonreí y me senté en la pequeña mesa que teníamos en la cocina, esperando a que ella hiciera lo mismo

Hablamos un rato, disfrutamos de aquel instante como hacía tiempo que no lo hacíamos, sin embargo, en mi cabeza aún continuaba el peso que yo misma me había impuesto y que se había reforzado en las últimas semanas.

Me encargué de fregar todo lo que habíamos utilizado, sabiendo que a Laura le gustaba salir a dar un paseo en las mañanas de partido para despejar su mente y concentrarse bien y yo intenté hacer lo mismo, pero debajo del agua. Preparé mi mochila con todo lo necesario y, media hora antes, ya estábamos las dos de camino a Fontajau para jugar aquel encuentro.

Por motivos televisivos, el partido se iba a jugar a la una del mediodía. Era una hora bastante inusual, pero, cuando te dedicas a esto, al final terminas acostumbrándote a cualquier cosa y a adaptar tus horarios.

- ¿Qué tal, chicas? – Jana nos saludó en la puerta de entrada

- Bien, un poco nerviosas, nos jugamos mucho hoy

- Sí – contestó ella – Aunque alguien como tú, Laura, ya tiene que estar más que acostumbrada a jugar este tipo de partidos

- Eso dicen, pero no quita que la presión siempre esté ahí – yo agarré la mano de mi novia, dándole confianza y las tres entramos en los vestuarios donde ya estaban el resto de compañeras.

El proceso allí siempre era el mismo. Nos intentábamos animar, analizábamos un poco cómo íbamos a comenzar y hablábamos de aquellos aspectos que quizás nos faltaron en otros encuentros. Saltábamos a la pista, recibiendo los aplausos del público, ya presente en las gradas, y empezábamos la ronda de calentamiento al igual que nuestras rivales.

Pude hablar unos minutos con mis compañeras de selección del conjunto valenciano, bromeamos sobre quién se iba a llevar la victoria y regresamos para continuar con nuestros estiramientos antes de empezar con una ronda de entradas. A falta de dos minutos, la entrenadora nos llamó para darnos las últimas instrucciones y las cinco principales salimos para comenzar el encuentro.

Mi cabeza iba a mil por hora, no sabía por qué, pero, por más que intentaba pensar solo en el balón y aquella canasta que quedaba a unos metros de mí, mi mente se desviaba. Cerré los ojos por un momento, concentrándome y, en cuanto los abrí, observé cómo Brittany saltaba para palmear el balón que acababa de lanzar el árbitro al aire. La pelota cayó en manos de Laura, que ya marcaba jugada, por lo que cada una tomó su posición e intentamos anotar la primera.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora