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El autobús nos recogió a la salida del hotel. La tensión se notaba en el ambiente; los partidos contra Avenida siempre implicaban una presión adicional. Si perdíamos no era solo una derrota, era una derrota contra nuestro eterno rival.

Cuando llegamos al pabellón encontramos varios aficionados a las puertas, tanto del rival, como nuestros. Había un grupo que viajaba con nosotras a todas partes y nos aplaudieron al bajar. Reconfortaba ese ánimo que nos hacía sentir un poco en casa, en un territorio hostil.

Laura no había estado muy habladora durante el día, le pasaba siempre que jugábamos un partido clave y hoy no había sido diferente. Sabía lo complicado que era para ella jugar en esta pista, en la que no le tenían precisamente cariño. Laura y la afición azulona mantenían un idilio de odio forjado a lo largo de los años.

Al salir a la pista, inconscientemente, busqué con la mirada a Luisita, pero todavía no estaba. Empezamos con el calentamiento; primero con carrera continua, luego con entradas a canasta y finalmente una ronda de tiro. Por las características del equipo contrario intuía que las tiradoras jugaríamos un papel importante si pretendíamos ganar.

Corrí hacía la esquina a recoger un balón que había salido disparado al chocar con el aro, me giré con él en las manos y me encontré con sus ojos mirándome desde lejos. Le devolví la sonrisa que me estaba dedicando y la saludé levantando la mano. Ella estiraba con la pierna subida en una valla inclinando su cuerpo hacia la puntera. Mantuvimos nuestros ojos conectados durante unos segundos hasta que sentí un golpe en el hombro.

—¿Qué haces? —le pregunté a Ona mientras me frotaba la zona.

—Disimula, amiga.

—Solo estaba saludando.

—Ya. —Me miró fijamente y yo sonreí tímida. —A ver... que buena está un rato. Yo te entiendo, eh.

—¡Cállate! —le pedí sonrojada.

Nos sentamos en el banquillo para escuchar la charla de la entrenadora. Todas prestábamos atención al planteamiento que había hecho del partido. Explicaba lo que esperaba del equipo y nos daba indicaciones a cada una en concreto.

—Defensa en toda la pista, y no flotéis a las tiradoras, encima de ellas, ¿ok? Sobre todo, de Luisita. —Dirigió la vista hacia mí—Amelia. Defensa intensa. Está noche te la tienes que comer.

Ojalá.

Asentí sintiendo los ojos de Ona clavados en mí, pero evité mirarla. Hicimos el grito de ánimo del equipo y nos colocamos en fila para la presentación. El speaker anunció nuestros nombres unidos al dorsal mientras el público nos aplaudía, a unas más que a otras; con Laura predominaron los abucheos.

Cuando presentaron a las suyas la afición se dejó la garganta animando.

—Con el número 11. ¡Luisaaa Gómez!

Los tambores de las peñas del equipo retumbaron por todo el pabellón. Los decibelios no habían subido tanto hasta ese momento. Se notaba que la querían y ella lo disfrutaba. Miraba a la grada con una sonrisa de oreja a oreja.

Las titulares nos quitamos los cubres y los dejamos en el banquillo. Saludamos al equipo arbitral y nos colocamos en el círculo central para el saque. Luisita se situó a mi lado; empezaba nuestra batalla.

—Espero que hayas desayunado bien —susurró con la vista clavada en las compañeras que hacían el salto inicial.

—Una naranja, como todos los días.

—¿Desayunas una naranja? —me miró sorprendida.

—Siempre. ¿Quieres saber lo que desayuno por alguna razón?

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora