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Subí a mi habitación rápidamente, intentando no mirar atrás por quién me pudiera estar viendo y, una vez entré, sabiendo que Lourdes no iba a aparecer hasta después de cenar, le escribí un whatsapp a Amelia indicándole la habitación en la que estaba. La morena no tardó ni dos minutos en aparecer por allí, golpeando la puerta con los nudillos y diciéndome su nombre para que la abriera sin problema.

Una vez lo hice y pude tenerla allí, en la intimidad de aquellas cuatro paredes, no me pude aguantar más y la abracé con las ganas que había estado reteniendo.

— Te he echado mucho de menos — susurré en su cuello, sintiendo que entre sus brazos nada malo podría pasar.

Amelia acarició mi espalda y enredó sus dedos en mi pelo intentando así tranquilizar el nerviosismo que estaba recorriendo mi cuerpo. Me separé un poco, pero ella enseguida cogió mi rostro con sus manos y dejó un delicado beso en mis labios antes de mirarme directamente a los ojos, sintiendo cómo los suyos estaban realmente preocupados.

— ¿Qué pasa, cariño? — me preguntó sin poder soltar sus manos de mi mejilla.

— Es que no sé ni por dónde empezar — suspiré, sintiéndome un poco agobiada por toda la situación y culpable por no haberle contado nada hasta ahora.

La de rizos me condujo hasta la cama y me hizo sentarme en el borde con ella a mi lado. Sus manos cogieron las mías y sus pulgares recorrían el dorso suavemente, intentando así tranquilizarme.

— ¿Te acuerdas de los comentarios que recibíamos en Estados Unidos en algunas fotos? — solté.

— Sí — asintió ella sabiendo perfectamente a qué me refería.

— Pues digamos que no se ha quedado solo ahí y ha ido a más la cosa.

— No entiendo, ¿has recibido más comentarios?

— Comentarios, mensajes directos y anónimos.

— ¿Anónimos?

— Sí — asentí — El otro día, después de llegar de Estados Unidos fui a mirar el buzón y me encontré un folio doblado, no le quise dar imortancia de primeras porque ya sabes que allí mucha gente nos conoce, sabe donde vivimos y quise pensar que era de algún fan o algo, pero cuando lo desdoblé me quedé pálida — cogí mi móvil y busqué la foto que le había hecho — Mira.

Amelia lo observó y pude ver en su cara cómo iba cambiando su estado. Me miró sin creerlo y apretó aún más la mano que todavía seguía sosteniéndome.

— ¿Cómo no me lo has dicho? Joder, Luisita, que esto no son tonterías, que es una amenaza y sabe dónde vives.

— Ya — susurré.

— ¿Has recibido alguno más? — simplemente asentí.

— Antes de venir y mira — le enseñé el último anónimo y abrí los mensajes de Instagram para que pudiera ver todo.

—¿Está aquí? No me jodas, Luisita, ¿por qué le contestas?

—Pues precisamente por eso, amor, para sacarle información. Si no, no hubiera sabido que está aquí, pero tenemos que tener cuidado y tiene que parecer en público que no tenemos relación porque parece que es lo que más le molesta.

—Me parece alucinante que un demente vaya a condicionar nuestra vida.

—Lo sé, pero no sabemos a quién tenemos enfrente y sobre todo no voy a hacer nada que te pueda poner en peligro a ti.

—¿No has pensado en denunciar?

—Sí, lo he pensado, pero por ahora estoy viendo un poco el perfil. No sé si te acuerdas que soy criminóloga...

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora