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Luisita me había hecho una propuesta y en aquel instante no sabía qué responder. No me había planteado qué hacer después de aquel último partido que habíamos jugado, quizás irme algunos días a la casa de mi hermana para estar con Laia, más después de lo que habíamos pasado las dos este tiempo. La rubia pareció ver mis dudas y la brillantez que habían desprendido sus ojos al proponerme aquello, había ido desapareciendo según mis pensamientos iban dando vueltas.

—No me hagas caso, ni siquiera sé por qué lo he dicho. De verdad, olvídalo. Además que en nada nos vamos a ver con la selección y entiendo que quieras tener unos días para desconectar, estar con tu familia y esas cosas.

Luisita se giró, mirando a toda esa gente que iba caminando por la calle Compañía y enseguida reaccioné. Cogí su mano, frenándola, y vi que estaba un poco decepcionada. Subí una de mis manos a su mejilla e hice que me mirara fijamente.

—No me has dejado ni hablar — dije con una pequeña sonrisa en mi rostro — Claro que me apetece, tengo muchas ganas de hacer una escapada contigo, las dos solas y dejando también el baloncesto un poco a un lado.

— ¿En serio? — me preguntó volviendo a mostrar la ilusión en su rostro.

—Claro, pero me tienes que dejar que vuelva a Girona a por algo de ropa, ¿cuándo tenías pensado ir?

—Sí, sí. No sé, aquí todavía tenemos que hacer algunas cosas, el alcalde este que nos quiere ver, ya ves, después de no haber venido a ni un puto partido ahora se quiere llevar el mérito de habernos apoyado. También está mi hermana y Nora que se quedarán algún día, así que cuando mejor te venga, no hay problema.

—¿El martes? — le pregunté sabiendo que eso era en nada — Puedo pillarme un vuelo y me vas a buscar al aeropuerto, ¿te parece?

—Me parece bien — respondió — Así además vamos juntas que la casa está un poco apartada.

La besé de nuevo para que así le quedaran bien confirmados nuestros planes y continuamos con el paseo hasta que llegó la hora en la que Luisita se tenía que ir a la cena con su equipo. Yo me fui a su casa y esperé allí hasta que me avisara de que salían de fiesta.

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El vuelo que me iba a llevar hasta Oviedo salía bastante temprano. Apenas me había dado tiempo a pasar un par de días en Girona, hacer las maletas y estar una tarde consintiendo todos los caprichos de Laia, que para algo era mi única sobrina. Luisita me había avisado de que había salido ya hacia un par de horas, para poder llegar bien de tiempo a buscarme al aeropuerto y que desayunaríamos ya allí las dos juntas.

La megafonía me avisó de que ya podría embarcar, así que aproveché, antes de subir, para hacer una llamada rápida a la rubia, avisándola.

El vuelo fue bastante rápido, en apenas dos horas ya estaba el avión aterrizando, así que me abroché el cinturón, atendiendo a lo que aquella azafata, que se parecía  a Luisita, como si fuera una hermana gemela perdida suya, me dijo y, en nada, ya estaba pisando suelo asturiano.

Recogí mi maleta, me aseguré de que no me dejaba nada allí y salí por las puertas, esperando ver a la rubia. Alcé un poco la vista aprovechando mi altura y enseguida la divisé allí, esperándome con una sonrisa. Corrí hacia ella y, nada más tenerla enfrente, fui incapaz de no resistirme al placer que era besar sus labios. Ella rápidamente me correspondió y terminamos en un abrazo apretadito. Siempre había sido una persona muy de abrazos y ahora estando entre los de Luisita me había dado cuenta de que lo que sentía por ella era mucho más fuerte de lo que me podría haber imaginado al principio. Apenas habíamos estado separadas dos días y a mí se me había hecho una eternidad, pero ahora sintiéndome rodeada por ella, oliendo su aroma, su calor solo me embriagaba ese sentimiento de casa y me daba un poco de vértigo.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora