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El ritmo en el Eurobasket era un no parar y, antes de entrar en las fases eliminatorias, nos tocaba jugar el último partido de grupos. Teníamos enfrente a Grecia, un equipo que a priori no debería darnos problemas, pero que en cuarenta minutos podría dar la sorpresa.

Apenas nos había dado tiempo a preparar el encuentro, ya que era al día siguiente del anterior, por lo que por la mañana Mónica se había preocupado de hacer algo de recuperación y tiro y, una vez terminamos, nos fuimos a comer para poder tener algo de descanso antes del enfrentamiento a las siete de la tarde. Luisita y yo nos echamos la siesta tranquilas, durmiendo abrazadas como tanto nos empezaba a gustar y, sobre las cuatro, bajamos al restaurante para poder merendar algo e ir ya hacia al pabellón para comenzar con el entrenamiento previo.

Comenzamos con una rueda de entradas para entrar en calor, antes de empezar a estirar y, justo cuando estaba flexionando mi pierna, ayudándome de la grada, vi que entraban mis padres, Txell y Laia para sentarse en sus respectivos sitios. Mi hermana enseguida se acercó a hablar conmigo un rato, antes de que no estuviera permitido.

— ¿No se va ni a acercar? — le pregunté a mi hermana viendo como mi madre sí que me saludaba y me lanzaba un beso desde su posición, pero mi padre pasaba completamente.

— Ya sabes cómo es, piensa que no se te puede molestar antes del partido.

— Ni antes ni después, él directamente pasa de hablar siempre.

— Va, no pienses en ello, anda — intentó animarme Txell — ¿Estás nerviosa?

— No mucho, ya estaré con los de cuartos.

— Se rumorea que os va a tocar cruce contra Rusia, deben de haber perdido hoy contra Bélgica.

— Sí, eso nos han dicho, a ver qué tal.

— Bueno, mucha suerte, a ganar — sonreí a mi hermana y me acerqué para que Laia me diera un beso de buena suerte.

Después de aquello, regresamos a los vestuarios para la última charla de la seleccionadora y regresamos para los últimos minutos de calentamiento y las presentaciones ante el público.

Teniendo en cuenta que la clasificación ya estaba asegurada, Mónica decidió empezar con aquellas jugadoras que menos tiempo habían disfrutado, por lo que ni Luisita ni yo salimos en el quinteto inicial. Los primeros minutos fueron bastante igualados, pero, en cuanto las griegas comenzaron a irse un poco en el marcador, la entrenadora tuvo que cambiar de juego y sacarnos a muchas de las que estábamos en el banquillo.

Al principio la cosa pareció ir bien, conseguimos remontar varios de los puntos que había de diferencia y devolver la igualdad al luminoso. Luisita estaba bastante enchufada, al igual que Lourdes, siendo las dos una gran referencia en el tiro en aquel instante. Sin embargo, yo por mucho que lo intentara, estaba fallando tiros bastante claros y aquello me desesperaba por momentos. La bocina indicó el final del segundo cuarto y todas nos retiramos hacia los vestuarios. Salí de allí con la cabeza baja, un poco tocada por los fallos que estaba metiendo y, por unos segundos levante mi vista hacia la grada, comprobando la mirada de cabreo que tenía mi padre en aquellos instantes y que me terminó de hundir aún más.

— Venga, amor, ya verás como ahora empiezas a estar enchufada. Además de que en defensa estás muy bien, no le des muchas vueltas — soltó Luisita, acariciando mi espalda, al notar enseguida que algo me pasaba.

— Sí, supongo — respondí no muy convencida.

Como me esperaba, Mónica me dejó en el banquillo y decidió suplir mi puesto con Laura en pista. Me alegré de que tuviera minutos y jugara a ese nivel, pero cuando vi que mi padre sí que celebraba sus canastas, mientras que a mí solo me dedicaba caras amargas, solo me entraron ganas de llorar allí mismo porque, de alguna manera, sentía que mi padre la quería más a ella y que para él yo era la única culpable de que hubiésemos roto.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora