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Día 1

Había colapsado, sabía que llegaría este momento, pero lo que menos me esperaba era que fuera con todo esto. Tuve que parar varias veces mientras conducía porque las lágrimas emborronaban mis ojos y me era casi imposible conducir.

Me sentía mal, tenía una angustia en el pecho que por momentos no me dejaba apenas ni respirar. No podía dejar de pensar en Luisita, en esa mirada triste cuando me contaba que estaba enamorada de mí y en Laura, en su ilusión y su posterior mirada de desilusión al ver en mi rostro que necesitaba pensar. No les había querido decir dónde me iba, necesitaba pensar, necesitaba tiempo para mí, para estar a solas, para desahogarme, para dejar todos mis temores a un lado y por una vez ser sincera conmigo misma y con la gente que tenía a mi alrededor.

Finalmente, tras un viaje que duró más horas de las que debería, conseguí aparcar enfrente del chalet que mi hermana tenía al lado de la playa. Salí y enseguida escuché el ruido del mar. Mis pasos me llevaron hasta allí y me senté en la arena, sintiéndome sola, con una sensación muy extraña, pero con las ganas de dejar parte de mis sentimientos entre aquellas olas que rompían contra la orilla.

No sabía qué había hecho para tener que estar afrontando aquello, por qué la vida me ponía en aquella situación y no tenía ni idea de cómo salir de ahí. Mi respiración volvió a acelerarse de nuevo, mientras me llevaba las manos a la cara y empezaba a hipar. De alguna manera, por mi cabeza incluso se pasaba la idea de alejarme de todo, de que quizás a la gente que estaba a mi alrededor le iría mejor si no me volvía a ver.

Lloré, lloré como una niña pequeña que se siente perdida y en parte era así, no era más que una niña pequeña que se sentía perdida ante aquel inmenso océano que era la vida. Mi móvil vibró varias veces seguidas y pude ver que se trataba de Ona, seguramente avisada ya por mi hermana para que cuidara de mí, porque Ona siempre lo había hecho, daba igual la distancia que hubiera por medio.

Porque habían sido muchas las personas que me había encontrado a lo largo de mi vida, las que me hicieron daño, las que estuvieron de paso y las que seguían ahí, pero nadie era ella. Solo Ona supo cómo afrontar cuando en nuestro segundo año en la cantera las que parecían nuestras amigas comenzaron a malmeter sobre nosotras diciendo cosas que no tenían nada que ver con la realidad, solo ella me apoyó cuando descubrí quién era de verdad, ella estuvo en mis llantos cada noche que no me encontraba ni a mí misma, en lo bueno y en lo malo, como siempre decíamos.

Le respondí con un breve mensaje y supe que solo ella sería capaz de sacarme un poco de aquel agujero en el que yo sola me había metido, que sabría curar el ahogo y la presión que tenía en ese momento, que me ayudaría a salvarme a mí misma.

Decidí sacar los cascos de mi mochila y ponerme un poco de música. La música siempre había sido mi fiel compañera durante todas las etapas de mi vida y siempre encontraba un mensaje importante en las letras de las canciones cuando más lo necesitaba.

Puse mi playlist en aleatorio y la primera canción que salió fue Venecia de Ainoa Buitrago y Andrés Suarez. La voz de ese hombre siempre me llegaba muy dentro. El cielo estaba bastante negro y hasta ahora no me había dado cuenta. De repente algunos de los versos de la canción resonaron en mi cabeza más que el resto.

Sopesando las ideas que me hicieron desertar

De esta vida sin ti

De esta vida contigo

De todos los terrenos que se hicieron precipicios

Ahora más que nunca sentía que lo que siempre había sido tierra firme para mí se había convertido en un precipicio y que cualquier paso en falso me iba a arrojar al vacío.

Un sueño compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora