Cap.11-Un tutorado muy complicado

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Lowell estacionó afuera de mi casa antes de salir de su auto. Salí tras él y juntos entramos a mi casa.

—Si quieres siéntate en la sala—Señalé—¿Quieres agua?

—No. Tengo hambre —Dijo antes de dirigirse a la cocina. Como si de su casa se tratara.

—Bueno... —Fui tras él.—¿Qué quieres comer? —Pregunté viendo como revisaba el frigorífico.

Sacó recipientes que mamá solía guardar con comida para mi. En seguida la metió al microondas. Se sirvió agua y se recargó contra la isla de la cocina mientras esperaba a que la comida estuviera caliente.

—¿Y a ti qué te pasa? —Preguntó.

—¿A qué te refieres?

—Estuviste menos odiosa después del receso. Es obvio que te sucedió algo.—Dio un trago a su vaso.

—No es nada.

Era todo.

Era el hecho de que Jasper parecía no querer hablarme más, ni siquiera mirarme al parecer.

Era ahí donde me preguntaba ¿Qué había sucedido realmente aquella noche?

No podía creer que con solo un par de copas se me borrase la memoria. Pero me excusaba diciendo que antes de esa noche, nunca antes había probado el alcohol.

—¿Es por el estúpido de Jackson? —Había iniciado a comer la carne con papa.

No me molesté en corregirlo. Empezaba a creer que lo llamaba así a propósito.

—Creo que si. En la hora de la comida ni siquiera me saludó.

—Bueno, sería lo normal entre ex novios, pero al parecer ni tú, ni ninguno de tus amigos son normales. Esto está buenísimo—Señaló, con la boca llena.

Rodé los ojos.

—Apresúrate, tenemos que hacer tus tareas.

—¿Qué tareas?

—Las que te dejaron en clase.

Masticó, lentamente.

—¿Si las anotaste, no es así?

—Bueno... Vi que todo el mundo estaba fotografiando la pizarra, así que intuí que debía de hacer lo mismo. Por desgracia, yo no tengo un teléfono para hacerlo, así que decidí pasar.

Respiré, muy profundamente para no jalarme de los pelos.

Tenía que ser paciente, muy paciente.

Después de todo, él tenía razón, yo solita me había metido en esto.

—De acuerdo, entonces, si sumas ambas potencias obtendrás un...

—Nueve—Respondió, con simplicidad.

—¡Bien!—Aplaudí.

Me miró con una ceja enarcada.

—¿Eres consciente de que no soy un estúpido niño de kínder, no es así?

—Ten, una galletita—Se la di en la boca.

Había aprendido que, una manera fácil de mantener a Lowell interesado y tranquilo, era alimentándolo. No, probablemente no se le quitaba ese mal genio, pero se volvía un poco más, manejable. Como justo ahora que, con el ceño fruncido, pareciendo indignado, se inclinó para tomar la segunda galleta que le ofrecía.

—Ya no quiero más matemáticas. Mi cabeza duele más que cuando tengo que escuchar tus problemas amorosos—Se recargó contra el asiento del sofá.

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