Somos luz y sombras. Pero algunos corazones optan más por las sombras. No saben que están siendo condenados a la oscuridad eterna. Perdiendo la luz, lo único que da sentido a sus vidas.
Qué Dios se apiade de sus almas descarriadas.
La mansión de los Gardner, se situaba en uno de esos pomposos y quisquillosos barrios neoyorquinos donde residían la mayor parte de los ricos, los cuales no deseaban socializar más allá de sus horas laborales o en los programados eventos sociales, donde el mayor interés de conversación era sobre qué familia había quebrado o quién se había hecho una nueva liposucción. Todas las propiedades contaban con extensos y majestuosos jardines, cada una casi del tamaño de un campo de fútbol, por lo que las casas estaban bastante separadas las unas de las otras, y nunca se había registrado quejas acerca de un vecino particularmente ruidoso.
Por esa razón, Katie nunca había escatimado en el volumen de la música en sus fiestas. Y siempre había incitado a sus invitados a ser cuanto ruidosos quisieran. Porque nadie vendría, mucho menos la policía. Ninguno se atrevería a importunar a cierta familia que contaba con los recursos e influencias suficientes para poner en peligro su integridad. De hecho, si ocurriese alguna emergencia, y los guardias de la casa cayeran, era muy probable que tampoco acudieran para brindar ayuda.
Incluso si se lograra oír los gritos de agonía y horror, nadie nunca vendría. No hasta mucho tiempo después, cuando alguien notara la ausencia de uno de ellos, y fuera finalmente a averiguar, para encontrarse con los cadáveres putrefactos de lo que alguna vez fueron.
Por ahora, la casa de Demir Gardner estaba repleta de vida. Las bebidas pasaban de mano en mano. Comida estaba servida en bandejas de plata sobre una larga mesa de hierro al aire libre. En el aire se percibía el espeso y dulzón aroma de la marihuana siendo fumada, y la principal causa de ello, era la mismísima Katie. Su prima se veía como una locomotora echando humo detrás sí, mientras iba de aquí para allá, hablando con sus amigas y atrayendo más que un par de ojos masculinos; mediante el pequeño bikini fucsia fluorescente que se sostenía a sus caderas y pechos, con nudos que parecían a simple vista, ser desatados con el mínimo jalón.
Katie podría no haber sido bendecida con una robusta delantera, pero había sido recompensada con anchas caderas, un trasero alegre, y largas piernas proporcionadas. Por supuesto, ella lo sabía, y presumía sus armas cual pistolero de Texas.
Nico la observó fugazmente, sentado lánguidamente sobre un sofá con almohadones de color verde limón, y los pies apoyados sobre una mesita de sala. Delante de él, las paredes que daban al jardín estaban hechas de un transparente vidrio, por lo que podía avistar a la mayoría de sus compañeros disfrutar de la piscina, desde el interior y la comodidad de la sala. Su aspecto era como el de un rey, relajándose con un vaso de vino en la mano, en su zona privilegiada. A Nico realmente le gustaba esto: hallarse apartado de todos y al mismo tiempo, estar lo suficientemente cerca para que pudieran contemplarlo, con todo su aire mayestático.