38. Elevarse, o hundirse.

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Para el deleite auditivo, recomiendo oír la canción de multimedia mientras leen. Dedico el cap, al primer comentario ahre.

Los latidos de su corazón, eran como el goteo incesante de un grifo estropeado, del cual solo Will era consciente, sintiéndose apesadumbrado y desesperado al oírlo en sus oídos. Tenía las piernas ya adoloridas por el esfuerzo, las manos le temblaban y por alguna extraña razón no lograba ver bien el entorno de su alrededor, como si sus ojos fueran víctimas de una pesada neblina.

Había salido de casa a altas horas de la madrugada, y ahora pedaleaba su vieja y fiel bicicleta, en medio de las frías calles de New York, solo para llegar pronto a su destino: a él. Pronto, los altos murales de aquella mansión entraron finalmente en su escaso campo de visión, y a pocos metros, a través de la pequeña llovizna que caía y mojaba su camiseta, observó las rejas abiertas del portón en medio de la oscuridad, y divisó... a las sombras que parecían tomar la forma de manos que le indicaban entrar.

Los pensamientos de Will estaban tan dispersos, que incluso para él era imposible atraparlos. Se sentía fuera de su cuerpo... como si solo fuese un espíritu, un ser incorpóreo, atraído por el llamado desesperado y agonizante de otro. Él lo llamaba. Aquella alma buscaba consuelo en su calidez, y Will tenía que llegar antes de que fuera demasiado tarde.

¿Tarde para qué?

Y antes de que se diera cuenta, ya había dejado su bicicleta olvidada en algún lado, y estaba cruzando el jardín, arrastrando los pies más que caminando; porque que sus piernas no podían correr más rápido de tan duras que estaban, como si estas fueran de plástico.

Aquella tonada triste y melancólica, que provenía de algún lugar y desde hace rato le ha estado acompañando, se oyó aún más fuerte cuando entró dentro de la casa de Nico; y dió sus primeros pasos en el recibidor. Lo escuchó en todas partes, rebotando, saliendo, deslizándose por todas las paredes de su alrededor, dándole una ligera sensación de congoja en medio de su inexplicable anhelo por llegar rápido.

Tengo que huir...

Pero él estaba subiendo ya las escaleras, y de pronto, se encontró delante de su habitación, la puerta estaba abierta y de su interior salía una extraña humedad y frialdad que le ponía los pelos de punta. Huye, le seguía susurrando aquella voz que parecía colgar sobre su hombro a centímetros de su oído... Sin embargo, no pudo detener a sus piernas avanzar dentro de la habitación. Aquella otra alma le necesitaba, y su anhelante deseo por salvarlo, era más fuerte que su propia seguridad.

—¿Hola? — Su voz hizo eco en las penumbras, mientras su corazón había empezado a darse más deprisa con sus latidos — ¿Nico? Aquí estoy, ya llegué...

Sus pies pisaron algo de vidrio roto cuando hubo llegado al centro de la habitación, y al agacharse, observó que eran restos de un foco destruido, así que entendió porqué no había luz para ampararlo. ¿Dónde estás? Se preguntó; y en cuanto volvió a elevar la mirada, lo encontró, mediante el resplandor de un atento relámpago.

Allí estaba, sentado en el marco de la ventana dándole la espalda, peligrosamente cerca del borde con sus piernas colgando en un vacío donde parecía no haber suelo. La helada lluvia cae sobre su cuerpo, pero a él no parece importarle esto. No. Estaba más concentrado, estudiando la herida que tenía en el dorso de su mano, y la sangre que se resbalaba de esta hasta su codo y terminaba en el piso, mezclándose en un charco de sangre que ya había formado.

El corazón de Will trastabilla y casi cae del borde de su pecho hasta su estómago, él quiere llegar a él, y sus labios gritan "¡Nico!" sin emitir sonido alguno, una y otra vez, pero no tampoco pudo acercarse más porque de improviso, ya no sentía sus piernas.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora