La sombra que cayó sobre mí

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- ¿Por qué debería usar lentes si ni siquiera las necesito, papá? - Le pregunté mientras le veía escribir indicaciones en cada etiqueta de las medicinas que teníamos guardadas en el sótano de la casa. - Oye, hazme caso un segundo, ¿quieres?

- ¿Ah? - Respondió con sus pensamientos a años luz lejos de mí, me miró y sonrió con diversión al ver mi rostro disgustado. - La parte ocular no es mi área, como bien sabes. ¿Por qué no vas y te quejas mejor con el oculista que te dio los lentes?

- Porque tú fuiste él que me llevó con ese tipo, que parecía que su "diploma" lo hubiera escrito un niño de kinder. - Exclame indignado. - No voy a usarlos, como si no fuera suficiente la burla que hacen mis compañeros por mis pecas... - Terminé diciendo en un susurro melancólico. - Ahora podrán decirme cuatro ojos.

Esperaba su respuesta pacientemente, pero en cambio lanzó el frasco de pastillas que tenía en la mano a lo alto y luego lo atrapó en el descenso. Se dio vuelta dándome la espalda encogiéndose de hombros al mismo tiempo.

- Entonces no los uses. - Dijo en tono alegre reacomodando los frascos de medicina por color y orden alfabético. - Es así de simple.

- Pero sé que hay una razón por la cual quieres que esta cosa siga sobre mis ojos. - Insistía mientras me sentaba en uno de los sillones que estaban contra la pared. - Incluso... Por alguna razón, te mostraste de lo más aliviado cuando dijo que tendría que usar lentes todos los días sin excepción, además que no has insistido a que Kayla vaya a revisar sus ojos... - Relaté con voz calmada, mirando las suelas de mis zapatos manchados de tierra mojada por una lluvia reciente. - Me hace preguntarme, ¿cual es la verdadera razón de que te guste verme con anteojos?

- ¿Quién sabe? - Respondió despreocupadamente posando su peso sobre su pierna izquierda. - Vaya, misteriosamente las pastillas para gastritis han disminuido en este estante.

Me encogí internamente, mientras que sentía que mis mejillas se calentaban, volví al tema principal. - ¿Quién más que tú podría saberlo? - Pregunté una vez más. - ¿Por qué tanto quieres que use anteojos?

Miré la espalda de mi padre ponerse rígida, e inmediatamente me arrepentí de mi insistencia y curiosidad, como supe al instante que esta misma curiosidad de saberlo todo sin importar que tan cruel sea la verdad, algún día, en verdad me causaría un gran infierno.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora