Un niño demasiado adulto.

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Para ambientación, reproduzcan la música de multimedia -Amer💀

Los repentinos gritos del niño (quien debía de sufrir otra horrible pesadilla sobre su hermana muerta) lo expulsan de su propio letardo sueño con violencia, y automáticamente, se levanta tambaleante de su cama casi por inercia, sin siquiera esperar a que sus ojos vuelvan a enfocarse o para ponerse un abrigo, por el terrible frío que el invierno en Italia les apremia.

Sus pies desnudos resuenan con golpes sordos por todo el pasillo, mientras corre apresuradamente, para llegar hasta la habitación del niño que juró bajo todos los Dioses existentes de este sucio mundo, que él lo protegería, incluso a costa de su propia y mísera vida. Pues ha perdido tantas cosas, ha destruido todo lo que había amado. Él es todo lo que le queda, y es un soplo de frescura en sus días más solitarios. Pero él no quería redimirse, (no existía perdón para un asqueroso bastardo avaricioso como él) solo quería cuidarlo en nombre de aquellos que nunca pudo proteger.

Cuando llegó hasta la habitación del niño, (la última del pasillo) abrió la puerta cuidadosamente, y lo encontró sentado en su cama con la espalda apoyada en el respaldo de éste. El niño apartó la mirada inmediatamente al verlo, para limpiarse disimuladamente las lágrimas que habían mojado sus pálidas mejillas. Su rostro agobiado y melancólico, fue suficiente para hacerle saber a él, que aún sufría con los últimos retazos de su sueño.

Oh, pobre y dulce, bambino. ¿Por qué el universo se esfuerza tanto en llenar de desesperación y tristeza a los corazones más puros? Los Dioses juegan con ellos, se divierten probando y experimentado sus fortalezas. ¿Acaso es un regalo demasiado grande y maravilloso la vida? Porque es que, parecen nunca cansarse de cobrarnos los intereses.

-Hey, pequeñín- Lo saludó con una sonrisa alegre, desde el umbral de la puerta tratando de contagiarle algo de tranquilidad. El niño apenas y lo miró por el rabillo de su ojo. Se veía demasiado cansado para alguien tan joven como él. Con tan sólo 7 años, parecía llevar una carga demasiado pesada. - ¿Está todo bien? - Le preguntó, y lentamente, ingresó dentro de la habitación para sentarse en la silla que tenía a pocos metros de su cama.

Por supuesto que sabía que no le diría nada. Nunca compartía sus sentimientos, ni sus sueños ni alegrías, (ya no más como antes) ahora era tan cerrado como una caja fuerte sin contraseña. Y en efecto, ésta no sería la excepción.

-Déjame solo. - Le ordenó el niño en un tono tan adusto y altanero, que casi ni pareció de su edad. Había aprendido a estar solo, pero él era más testarudo, y no le gustaba que su niño quisiera acostumbrarse a un sentimiento tan triste, y tan mal consejero. Como lo es la soledad.

- Ah, ¿tan pronto me echas? - Se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor por su rechazo y poniéndose cómodo en su sillón. - ¡Pero si este es un gran momento para relatarte uno de mis grandes cuentos!

-No quiero... - inició, rodando los ojos con fastidio (gesto que había copiado de él mismo) - Ya no soy un niño para que me cuentes historias infantiles. - Le respondió el niño de siete años de edad, alzando su pequeño mentón con capricho.

El hombre aguanto una carcajada burlona, porque sabía que reírse a su costa justo ahora, sería un acto peor que una acuchillada en el pecho. El pequeñín, tenía un orgullo tan grande como su padre. Así que, carraspeo sonoramente, y, sin esperar el permiso del Rey de habitaciónlandia empezó a relatar una historia que era, "absolutamente", de su invención.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora