Bienvenido, Nico.

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Por alguna razón, a la difunta señora Levesque, se le había ocurrido construir un establecimiento subterráneo en su cálido hogar. Uno que contenía tres habitaciones, las cuales dos estaban vacías, y la última "ocupada" actualmente, para "hospedar" al asesino. También tenía un pasillo largo de veinte metros, adornado de candelabros contra la pared a cada cinco metros. Tal vez ella lo había hecho con la intención de utilizarlo para resguardarse con su hija, de algún tornado o un huracán que pudiera haber en el futuro. O quién sabe, el punto es que ya nadie sabría la razón ahora; porque está muerta.

El lugar podría considerarse bonito, agradable, e incluso acogedor en realidad; lo sería, sino fuera por los constantes y estridentes alaridos y aullidos de dolor, que reverberan por las paredes. Bramidos que indicaban un tormento agónico que ni siquiera Nico (fanático de las películas de terror) podía imaginar de qué se trataban.

Había estado sentado en el suelo (desde hace una hora y media) con la espalda apoyada contra la pared, y Caronte parado enfrente de él, luciendo una mueca incómoda, cada que movía su hombro izquierdo; (consecuencias de su imprudencia en el volante) cuando en eso, ambos oyen al mismo tiempo una puerta cerrarse, y luego pasos bajando las escaleras para llegar al piso. Segundos después, Nico vislumbra a su padre, acercándose a ellos, y este se levanta por inercia del suelo y traga saliva nerviosamente al ver su rostro moribundo.

—Buen trabajo, Caronte — su padre felicitó a su guardaespaldas, apenas llegó hasta ellos; lucía arruinado, devastado, traía una mirada atribulado en los ojos hundidos, su traje estaba desordenado y parecía haber envejecido diez años en solo unos minutos. — Te estoy inmensamente agradecido, por haberlo atrapado y traerlo hasta aquí para mí.

El azabache dio un respingo de sorpresa al oír aquello, y antes de que Caronte incluso abriera los labios para hablar, Nico se adelantó a él y contestó:

—¿Perdón? — inició, y no pudo ocultar el tinte de indignación en su voz, aunque trataba con todas sus fuerzas de no hacerlo. — Fui yo quien lo persiguió por casi todo el pueblo como un perro de caza, y lo agarró cuando estuvo a punto de huir por los aires — añadió — Caronte simplemente se coló, así que, de nada, Señor. 

Su padre, con un cansancio que resultaba más que aparente, movió lentamente su atención del guardaespaldas, para posarla completamente en su impulsivo hijo. Lo miró de pies a cabeza, y puso especial atención en las vendas que Nico traía en sus brazos, (se encogió internamente) supo al instante que iba a ser regañado.

—Sobre eso. Nico, debiste quedarte y esconderte —maldiciones de una boca sucia lo interrumpen, de un hombre siendo torturado por un experto en el área; Hades espera a que se calle y luego, vuelve a hablar —  Debiste dejar que los demás se encargaran...

— Ellos estaban muy ocupados, salvándose sus propios culos para darse cuenta de que el francotirador estaba huyendo, padre. — Refuta, con vehemencia en su voz, porque nada más deseaba en el mundo, que él por fin lo apoyase, y  reconociera su capacidad. — Tenía que moverme, no podía quedarme mirando como un imbécil mientras el hijo de puta escapaba. No después del plo... — Se detiene, inseguro de seguir, y decide mejor ser más prudente — No... después de lo que hizo.

—Aún no estás listo...

— Eso es solo lo que tú crees. — espeta Nico, para luego, morder el interior de su mejilla y así contener las palabras mordaces que quería agregar; no obstante, tenía que recordarse constantemente, que debía usar un poco de tacto por una vez en su vida al menos. — Estoy listo. En serio. ¿No puedes darte cuenta que soy más fuerte de lo que parezco?

Un largo suspiro lleno de fatiga, casi imperceptible, sale de los labios de Hades luego de haber escuchado la rebelde diatriba de su hijo. Acto seguido, vuelve a mirar a Caronte brevemente, pero este a su vez, apenas y podía disimular la preocupación hacia Nico. Y Hades pensó por primera vez acerca de Nico, que tal vez... debería escucharlo, tal vez debía verlo desenvolverse en acción para saber realmente, sí lo que decía era cierto. Darle una oportunidad.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora