66. Vulnerable.

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"Deja que todo se derrita. ¡Carne, huesos, preocupaciones y miedos! Que se mezclen con la tierra fértil, para nunca volver a ser encontrados".

Percy se despertó, completamente rodeado por unos pegajosos brazos y un aliento que apestaba a algo muerto chocando contra su mejilla.

Era una habitación totalmente desconocida para él. El sol entraba a raudales por la ventana, y estaba cocinando un poco su cara. ¿A qué loco le gustaba despertarse con el sol sobre todos sus ojos? ¿Para qué tenía cortinas si no iba a utilizarlas? Percy se levantó de inmediato. El brusco movimiento causó que se le nublara un poco la vista y su cabeza palpitara como si fuese a partirse en dos. Ni hablar de las náuseas. O el mareo. ¡Mierda!, ¿era tan débil que hasta el freeze con alcohol más bajo podía dejarlo en tal estado?

Limpiando la baba húmeda de su mejilla, y haciendo a un lado los cariñosos brazos que, resultaron ser del inconsciente Cecil, Percy echó un mejor vistazo a la habitación. Tenía las paredes azules y el techo estaba pintado con nubes blancas. Había libros en todos lados: sobre la mesa, sobre una silla, sobre la repisa. Todas sus portadas tenían esqueletos y cuerpos humanos. Él ya sabía de quién era este cuarto, pero ver la mariconera... eh, el bolso de Will sobre una mesa, se lo confirmó.

Se bajó de la cama con cuidado (tenía que avisarle a Will que cambiara las sábanas porque las había dejado llenas de baba). (Perdón, amigo). Se encaminó hacia la puerta saltando obstáculos: Lou estaba durmiendo en el piso sobre una colchoneta de acampar. Le sorprendió ver que también estaba Hazel, y a su lado, a una distancia prudente, con almohadas haciendo de un muro de seguridad, estaba Frank durmiendo boca arriba, con los brazos firmes a cada lado de su cuerpo. Utilizaba una camiseta vieja de Will como una mantita.

Lo primero que hizo Percy fue ir al baño a orinar. Luego regresó al pasillo, y bajó las escaleras lentamente, agarrándose a la barandilla porque sentía que los escalones eran de goma. Con mucho esfuerzo, Percy llegó hasta la cocina, siguiendo el olor a café. No le sorprendía ver a Will Solace en su propia cocina, pero sí que estuviera ya despierto, luciendo impecablemente fresco y descansado, listo para ir hasta New Jersey en bicicleta si fuera necesario. Estaba sentado en una silla en posición india. Sus manos rodeaban una taza de café al que le estaba dando un sorbo. Sin voltear su rostro, sus ojos azules lo miraron, e inmediatamente una sonrisa cubrió sus labios.

—Buenos días —lo saludó con voz animada—, tu pelo se ve adorable. ¿Es así de desordenado todas las mañanas?

Percy se dejó caer sobre una silla en la cabecera de la mesa. Llegar hasta ahí pareció consumir la poca energía que había reunido.

—¿Cómo es que estás despierto desde tan temprano? —preguntó en su lugar, a la vez que trataba de arreglarse un poco el pelo con la mano.

—Oh, es como una maldición —contestó Will, y escondió un rebelde mechón rubio detrás de su oreja—. No importa si he madrugado o no he dormido en lo absoluto, en el momento en el que el sol sale por el horizonte, estaré despierto automáticamente. ¿El cielo empieza a brillar con los primeros rayos del sol? Mi mente empezará a salir de la inconsciencia y en segundos estaré completamente despierto sin posibilidad de volver a dormir.

Percy alzó las cejas, asombrado, luego se echó a reír.

—Eres como las flores, levantándote instintivamente al amanecer.

—Supongo que tienes razón —Will formó un adorable mohín—, tendría que estar realmente enfermo para no despertar. O muerto.

—Quizás no despertarías si no tuvieras todo el sol en la cara, ¿sabes? —lanzó Percy divertido, y con un tinte de queja.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora