Somos los perfectos recipientes para la oscuridad y la luz. Las armas perfectas para destruir a uno o al otro. Algunos piensan que el corazón es un estorbo, otros piensan que la mente es demasiado fría. Pero han de saber, que uno no puede existir sin el otro, porque el recipiente está compuesto por ambos y digan lo que digan, son fruto de ambos órganos metafóricos.
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Suspira... Y exhala, suspira, y exhala.El viento sopla al oeste y mueve sus rizos dorados como llamas de una estrella amarilla, sus labios están entreabiertos y brillan por la humedad que su lengua ha provocado, al pasarse por allí reiteradas veces. Trata de mantenerse concentrado, trata de no pensar en nadie ni en "él". Ésta es su casa, su zona, su hábitat, y corre por su sangre la habilidad y el talento que heredó de su padre. No debería fallar...
La cuerda se tensa hasta el límite, dos de sus dedos sujetan la punta de la flecha y los demás dedos mantienen firme la base del arco, con experiencia y resistencia. El rumor de voces detrás suyo no le causa ninguna desconcentración (a pesar de que lo juzgan hasta la manera que tiene de pararse) y entonces, deja ir la flecha. Con rabia, nervios y esperanzas puestas en esa punta metálica. Suelta la cuerda que lo retenía, y sale volando en línea recta para finalmente, quedar incrustada perfectamente en el blanco.
- Tiro perfecto
Will sufre un respingo del susto, había estado demasiado absorto en su tarea, que jamás se dio cuenta de que su padre estaba solo a un par de metros detrás de su espalda. Viro su rostro hacia él, y lo vio acercarse para ponerse a su lado, y admirar la prueba de su puntería en la distancia. Traía una camiseta blanca que hacía destacar su buen físico debajo de ésta, y unos shorts negros que combinaban con su brazalete de cuero, el cual tenía una insignia de ACDC.
-Sabía que solo necesitabas algo de práctica de nuevo, un poco de calentamiento. - Dice, sonriéndole a su hijo cálidamente, a la vez que posa una mano afectuosa sobre su hombro. - Todos esos trofeos que ganaste una vez, son por algo...
-Tenía diez años, padre... - inició diciendo el rubio, formando una sonrisa penosa por tantos halagos.
- ¡Y eso solo reafirma tu talento innato! ¡Mira eso! ¡Nadie puede super... - Se detiene de hablar, cuando una multitud prorrumpe en aplausos, por algo grandioso que habían visto, y eso fue: Kayla, tirando tres flechas al mismo tiempo, todas al centro sin pensarlo más de cuatro segundos. - Dejavu, -susurró Apolo, entonces Will miró a su padre de vuelta, con una ceja alzada; y éste empezó una sarta de excusas para hacerlo sentir mejor. - ¡Hey! ¡Hey! Tranquilo. Las mujeres siempre nos han superado en todo desde antaño, no es ninguna novedad ni algo de lo que sentirnos avergonzados. Cuando yo tenía 7 y apenas aprendía a escribir mi nombre, Artemisa ya estaba recitando poemas y sabiéndose la tabla del tres. Eso sí que daba miedo.
Will se echó a reír por la imagen que su cerebro creó mediante la anécdota de su padre. Lo hizo por un largo rato, disfrutando de la sensación de sus mejillas arrugándose, el cosquilleo en su estómago y el temblor de su pecho; fue plenamente consciente de cada detalle. Ah, hace tanto no se reía como ahora, meditó, con un tinte de tristeza y alegría; mientras aceptaba la segunda flecha que su padre le pasaba.
-¿Qué tal vas en el gimnasio? - Le preguntó, sentándose en el césped cerca suyo, dejando su propio arco descansar a su costado. - Después de un mes, seguro que ya sientes un par de cambios en ti. Un par de ondulaciones en el estómago, eh, eh...- Will volvió a estirar la cuerda con la flecha puesta, su brazo se posicionó y miró por encima de sus anteojos. - ¿Y tu amigo Percy? ¿Cómo le va a él?