Mi corazón se estremece dentro de mi pecho, me asaltan los horrores de la muerte, me invaden el temor y el temblor, y el pánico se apodera de mí.
¡Quién me diera alas de paloma para volar y descansar! Entonces huiría muy lejos, habitaría en el desierto.
Me apuraría a encontrar un refugio contra el viento arrasador y la borrasca.
Salmos 55, 5-9🍃
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🍃 🍃 🍃El cielo que le traía recuerdos del color de un par de ojos, empiezan a adquirir paulatinamente, un suave y brillante matiz anaranjado que se extiende en el horizonte, a causa de un atardecer del cual es testigo Nico en ese mismo instante.
Le parecía aún surrealista y ridículo, cuando pensaba que mañana, a estas mismas horas del crepúsculo, su padre ya tendría una nueva esposa y él nueva una hermana con la que no tenía nada en común; ni siquiera físicamente. Tal vez a excepción, de la cara amarga que adoptaba cada vez que se cruzaban por los pasillos, o cuando a las 3 con 45 de la tarde, lo vio arrancando a diestra y siniestra los pétalos de una margarita para pasar el rato. ¡Pero oye! No era su culpa que el lugar fuera tan condenadamente aburrido, y que la flor sufriera las consecuencias de ello.
Y ni hablar del Internet, esa tortuga apenas y alcanzaba hasta donde se encontraban, por lo que los mensajes de cierto rubio, tendrían que esperar por un milagro de Jesús para que le llegaran. (Segunda cosa que lo ponía de peor humor). A tal punto que cuando en un momento dado, Caronte se acercó para hablarle de trivialidades, tuvo que contenerse para no contestarle con gruñidos como hacía la señorita O'Leary, cuando Nico no le daba las sobras de la lasagna de los viernes.
-Mi pequeño bambino, ¡cambia esa cara! - Le había animado Caronte, antes de volver a su puesto. - ¡Qué antes de que te des cuenta, ya estarás de vuelta en brazos de tu "amigo"!
- ¡Já, pero que bobada dices! - se jactó el azabache, pisando pesadamente el suelo al alejarse. - Desafloja un poco esa corbata que llevas, ¿quieres? El aire no te está llegando bien al cerebro para pensar.
Buscando una forma de mantener ocupada su mente, (luego de ese dramático encuentro) Nico salió de la casa por la puerta trasera que daba la cocina, (dejando a su padre hablando animadamente con la mujer despampanante en la sala, y con Albert y Caronte haciendo guardia al frente de la casa, como si las vacas del pueblo fueran a causar un gran revuelto de pronto con pistolas de leche). Se encontró delante un lugar remodelado, donde alguna vez presumía un jardín, lo supo fácilmente, por el fresco y casi reciente olor a mano de obra que aún persistía en el ambiente.
Las sillas ya estaban colocadas perfectamente a lo largo del piso de cemento de detrás de la casa. Con ellas, las mesas formaban un círculo que miraban en dirección a los novios, para que, claro, (nótese el sarcasmo) ningún invitado tuviera el infortunio de perderse la dicha y gozo de admirar a los recién casados. Claro que es un bonito gesto. También ya se habían colocado las telas, y los portavelas bañadas en oro; utensilios de plata, y muchos platos de porcelana brillando impolutos sobre manteles de color rojo vivo, pasión.
Ah, todo estaba tan listo para la boda de mañana, casi podía oír las campanas e inhalar el olor de los pasteles con exagerado glasé. ¿Dónde está el sacerdote? ¡Qué extraño que aún no lo había visto parado por allí durante toda la noche hasta la gran ceremonia! Supongo que eso no entraba en el presupuesto.
Nico empezó a aventurarse y pasó de largo de aquel lugar lleno de decoración extravagante. Detrás de toda esa fachada dorada, le dio la bienvenida un extenso campo color verde y beige, con varios montículos de tierra hechas por termitas a cada pocos metros, el uno del otro. Vaya... Una extraña sensación de libertad y paz lo embargó mientras el viento acariciaba su rostro y sus finos mechones crespos. Era la primera vez, después de tanto tiempo, que Nico volvía a respirar un aire tan fresco, (sin tanto dióxido de carbono para producirle un cáncer) y poder observar un cielo con tan poca contaminación lumínica.