Él te librará del lazo del cazador y del azote de la desgracia;
Te cubrirá con sus plumas y hallarás bajo sus alas un refugio.
No temerás los miedos de la noche ni la flecha disparada de día, ni la peste que avanza en las tinieblas ni la plaga que azota a pleno sol.
Salmos 90, 3-6🍃 🍃 🍃
- ¿Estás seguro de que no quieres ser el chico de las flores, Nico? - Le preguntó Marie en tono inocente. - Qué no te de pena, ni hagas caso de los falsas reputaciones que otorga tal trabajo tan loable. ¡Te verías tan bonito tirando flores con Hazel! -su rostro se iluminó con la idea - ¡Oh mis amores! ¡Definitivamente!
Definitivamente Nico nunca había oído semejante atrocidad en su vida, y jamás de los jamases mientras tuviera cordura, ocurriría algo así... Jamás. El azabache negó rotundamente, ni siquiera tuvo palabras que proferir para demostrar su completo horror, por su alto estado escandalizado, y claro, no habían faltado las risas silenciosas de parte de su padre y Caronte en ese crucial momento.
Al menos, habían tenido la decencia de no alimentar la horrorosa idea, reconoció Nico, rememorando aquella trágica sugerencia a tempranas horas de la mañana, mientras actualmente, permanecía de pie en las primeras filas de las sillas, con el cuerpo volteado hacia el costado (como el resto de los presentes), y sus oscuros ojos siguiendo la blanca estela de la futura esposa de su padre, acercarse cada vez más hacia la tarima donde su futuro esposo la esperaba, (con una pequeña sonrisa enternecida) junto a un sacerdote de aspecto maduro y arrugado, que sorprendía a Nico de que aún pudiera leer la biblia que sujetaba en sus manos.
Delante de Marie, caminando a paso lento a un metro de distancia, iba su hija; tirando y regando de pétalos de rosas rojas alrededor del suelo por donde pisaba. Ella llevaba también un elegante vestido blanco adornado con perlas a lo largo del torso, con una falda que caía como un cascada hasta sus rodillas, y calzando unas ligeras zapatillas del mismo color. Traía el pelo ondulado, totalmente trenzado y colocado detrás de su cabeza, y una mirada un tanto mosqueada que fingía ser ocultada con una sonrisa dulce.
Nico supuso, que a ella no le había ido tan bien como a él, con eso de negarse a la idea cursi de su madre.
Un par de violines, chelo y un piano, tocan una dulce balada que acompaña la caminata ceremonial de la novia, hasta que llegara al altar improvisado, el cual estaba decorado de rosas rojas y blancas, y ciertos detalles en color dorado. Los murmullos y las suaves ovaciones de asombro y admiración, tampoco se hacen esperar por parte del público cuando observan el esplendoroso e impoluto vestido que lleva la mujer, incluso se ganó una y que otra mirada de envidia por parte de sus amigas, abiertamente, quienes parecían cuchichear y criticar algún mínimo aspecto suyo. Tal vez un hilo suelto, o una mala combinación de maquillaje...
Sin embargo, en contra de lo que Nico quería admitir, la verdad es que ella lucia perfecta. Más que eso. Se veía como una Diosa, yendo dispuesta a reclamar su trono. Sus rasgados y felinos ojos dorados, habían sido marcados con lápiz de ojos color bronce, (lo cual hacían resaltar aún más sus ya impresionantes ojos); y su labios pintados con el tono más dulce y suave de una ciruela. ¿Y su pelo? Este gritaba a todas luces, ¡somos una maravilla hecha en cinco horas! Nico agradeció ser un hombre entonces, y el máximo esfuerzo que había puesto fue en tratar de ponerse una pajarita... Esfuerzo que término en total fracaso, recordó.
Sin embargo, había conseguido ayuda... De alguien inesperado, aunque bien le correspondía al fin y al cabo.
Esa tarde, pocas horas antes de la boda, cuando la mayoría se encontraba ya libre de sus obligaciones, fue el momento para que todos se dirigieran a sus aposentos para prepararse y verse presentables en la ceremonia. Nico por fin se encontró libre de tanto ajetreo y órdenes de ir de aquí para allá, llevando jarrones, platos o bolsas repletas de quién sabe qué diantres contenía. El azabache con rostro fatigado y ojos ligeramente entrecerrados, subía las escaleras en ese momento para por fin ir a encerrarse en su habitación, y rezar para poder lograr conciliar un escaso sueño al menos. ¿Qué si se arrepentía de haber estado en vela anoche con tal personita de voz melodiosa? ¡Ni en lo más mínimo!