Hazel corrió por el pasillo del segundo piso con apuro, sin peinarse, ni cepillarse; con el camisón aún puesto, y la delgada tela moviéndose libremente a causa de sus largas zancadas. Apenas había oído el ajetreo, abajo, en la sala, ella se había levantado de la cama de sopetón, y con los pies descalzos, bajó los peldaños de dos en dos cuando se topó con las escaleras.
En la sala, a la primera persona que Hazel encontró fue a la ama de llaves. La mujer había estado arreglando los almohadones del sofá, pero levantó la mirada, cuando Hazel pasó corriendo a su lado; lanzándole una rápida pregunta a la vez, sin detenerse un segundo.
—¿Mi padre ya se ha marchado?
—Podría alcanzarlo en la puerta señori... — sus palabras se ahogaron en la distancia. Hazel cruzó la sala de música, la oficina, mientras su mano izquierda rozaba la pared a su costado, hasta que finalmente; ella llegó al pasillo, el cual conducía a la salida, y en donde un par de figuras estaban a punto de marcharse.
Lo encontró con la mirada y ella se quedó momentáneamente de pie, a la distancia, con una extraña sensación de expectación silenciosa. Estaba acompañado de sus dos casi inseparables guardaespaldas, su padre, esperando detrás de Caronte, a que este le abriera servicialmente la puerta, como era costumbre entre ellos; Albert, parado detrás de ellos, con papeles y carpetas blancas bien ordenadas.
Al principio su garganta se quedó seca, su corazón estaba contraído de ansiedad, y apretaba la tela de su camisola con tanta fuerza entre sus dedos, que la presión causó un estirón en las vendas de su brazo; provocándole un ligero dolor a causa de la reciente herida de bala que había sufrido. Lo ignoró, y se concentró en aquel hombre delante de ella, alto y pálido; era casi totalmente desconocido para ella, aunque fuera su padre. No sabía cómo reaccionaría cuando ella empezara a hablar, sin embargo, Hazel tenía agallas que podía utilizar.
O rebeldía... Hazel poseía una versión más dulce de la sinvergonzonería de su hermano Nico, cuyo rostro adorable, era aplacado solo cuando este abría los labios, para soltar las sandeces que a veces le sacaba canas a Caronte.
—¿Te vas ya? — Habló, su voz fuerte y decidida llamó la atención de los tres hombres delante de Hazel. Caronte se detuvo por un momento, con la puerta medio abierta en su mano, su padre, se volteó completamente hacia ella, y hubo unos segundos de pausa a causa de la confusión, antes de que le contestara con una evasiva.
—¿Siempre despiertas tan temprano? —Formó una pequeña sonrisa, mirando a algo detrás de ella—. Nico no se levanta de la cama hasta las once. También en eso, son distintos.
—Además tiene algo de culpa, señor —. Corroboró Caronte en tono burlón, y cuando hubo recibido una "mirada" de parte de su padre, agregó con nerviosismo—: Me refiero a que... con todo respeto, usted lo ha mal acostumbrado y malcriado, señor, desde muy chiquito.
—¿Yo? — Hades no pudo contener el bufido divertido que se le escapó, le alzó una ceja impertinente — ¿Quién le traía helado a escondidas cuando yo lo castigaba, eh? Já, y cuando te ponía caritas tristes adrede, ¿Quién lo malcriaba el doble? ¿Qué piensas, Hazel, le bajamos un poco el sueldo por aquellas acciones de antaño?
—Preferiría que mejor me contestaras la pregunta que te hice, padre. —Hazel le devolvió a su vez, sacándole intencionalmente un peso de encima a Caronte con ello; el pobre hombre soltó un suspiro de alivio a escondidas —Tu esposa acaba de ser asesinada— disparó Hazel, directo al grano como una bala certera, sin dejar de mirarlo—. De eso solo hace dos días, uno pensaría... Uno creería que te tomaría un poco más de tiempo superar "la pérdida" de tu... amor.
—¿Me estás reclamando por ir a trabajar?
—Te estoy reclamando, lo que parece ser... una precaria... —Hazel no pudo completar la frase, incluso en este momento de rebeldía y dolor, ella era amable y respetuosa frente a sus mayores. Pero su padre era perceptivo, y leyó las palabras que su hija contenía en sus intensos ojos, con facilidad.