64. Demasiado drogado.

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Hace mucho que Dylan no espiaba a alguien. No desde que aprendió a cómo manipular a las personas, para que le dijeran lo que quería saber, y al mismo tiempo, hacerles creer que habían sido ellas quienes tomaron la decisión de contar algo que jamás debieron haber dicho. En ocasiones, ni siquiera tenía que esforzarse, simplemente bastaba con sonreír y prestar atención, y los secretos empezarían a fluir por voluntad propia. La gente era débil ante el mínimo rastro de interés que alguien podría ofrecer.

Así que el aprender a escuchar, era igual o más importante que el saber hablar. Y él era bueno en ambos.

Escondido, Dylan observaba a través de la pequeña mirilla de una puerta de metal en la pared trasera de la discoteca. Las voces del exterior le llegaban un poco apagadas, a pesar de que la puerta se había quedado semi abierta. Aún así, Dylan no quería acercarse más o intentar abrir más la puerta por temor a ser descubierto, así que se mantuvo en las sombras, fisgoneando, como una amante en aprietos, agachada debajo de la cama, a punto de presenciar la pelea del siglo de una pareja de casados.

—¿Por qué estás tan enojado? —espetó Luke, de pie en medio del callejón, con una mirada defensiva sobre su macilento rostro. Por su falsa expresión de calma, estaba claro que sabía exactamente por qué su mejor amigo estaba enojado, sin embargo, levantó tercamente su barbilla, pareciendo decidido a no intimidarse.

Percy pateó una lata vacía de gaseosa. Rebotó varios metros hasta que chocó contra un contenedor de basura, luego, se volteó para mirar a Luke. Un escalofrío recorrió la nuca de Dylan, cuando observó aquellos, siempre gentiles y suaves ojos verde mar, convertirse en engranajes tan helados que parecían ser capaces de retorcer hasta al hombre más firme del mundo. Incluso Luke, se vio un poco alterado al ser objetivo de tal mirada. Dylan podía atisbar cierto temblor en sus dedos, antes de que él lo escondiera, apretándolas en un puño.

Lentamente, Percy levantó la mano con la que sujetaba su celular, y la apuntó hacia Luke.

—Cuál. Es. Tu. Puto. Problema. —masculló Percy. Su respiración era tan agitada que sus hombros subían y bajaban—. ¿Por qué lo hiciste? En serio, ¿qué mierda te pasa?

—Tendrás que ser un poco más especí...

Percy soltó un alarido. Fue tan repentino que hizo brincar a Luke, y también a Dylan, además de acelerar su corazón con un asomo de miedo. Se secó el sudor de las manos sobre sus jeans. Agradeció desde el fondo de su alma no estar en el lugar de Luke en este momento. Percy siempre era tan bueno y complaciente con él, que se había olvidado completamente de que podía ser igual de irascible y feroz cuando estaba verdaderamente enojado. Incluso el aire alrededor de Percy parecía cambiar con su temperamento. Era como más pesado, electrizante.

Se convertía en una fuerza de la naturaleza.

Justo cuando pensaba en eso, de improviso, una cara anormalmente pálida apareció flotando sobre el hombro de Dylan. Era tan blanca que parecía un pedazo de la luna, con redondos ojos tan negros que casi no se le veían las pupilas. Sintió el hielo reemplazando su sangre. Y se mordió la lengua por error.

—Que bien, llegué justo a tiempo para el intercambio de insultos —susurró Nico, a centímetros de su rostro.

Dylan estuvo a punto de gritar por el pánico. Dio otro gigantesco brinco y cuando el chillido estaba por salir de su garganta, una mano fría como un témpano se apretó contra sus labios, enmudeciéndolo en el acto. Un segundo después, Dylan apartó esa mano bruscamente, asqueado. ¡¿Quién sabía dónde había estado esa mano antes?! Se limpió rápidamente la boca con su puño. Ante el rechazo, Nico le contestó con bufido mordaz.

—Maldito emo —susurró Dylan, con gravedad—. ¿Qué haces aquí?

—Por la misma razón que tú, ¿no? —Nico se encogió de hombros, y le dio una sonrisa torva—, ¡para ver el drama!

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora