El pupilo de pupilas aguamarinas.

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- Mamá, por favor...

Todas las personas, siempre hacen la misma pregunta cuando se enteran de que alguien se provocó su muerte. Como si todos estuviesen programados con el mismo patrón... ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo lo hizo?  ¿Qué fue lo que pasó por su cabeza en ese momento, para acabar con su vida sin dudar?

-No mires, no quiero causarte más dolor. Cierra tus ojos.

¿Tanto sufría?
¿Tanto se odiaba?
¿Por qué no pidió ayuda?
Pero, ¿y sí siempre lo pedía pero nadie la oía?

- Mami, por favor - Sollocé, con mi alma en pedazos y mi corazón sangrando de dolor. Caí al suelo de rodillas enfrente de ella, estirando una mano suplicante en su dirección. - Por favor no lo hagas... Voy a ayudarte mamá, te haré feliz. Yo sé que lo lograremos...

- Lo siento. - Ella me contestó con la voz estrangulada, sus manos temblando pero firmes, sujetaban la pistola cerca de su pecho, apuntando a su corazón. - No puedo seguir soportándolo. Perdóname, perdóname...

- Mami no me dejes solo, por favor mamá. Mamá, por favor - rogué, mi cuerpo agitándose esporádicamente por mis llantos destrozados. Sentía tanta impotencia y frustración, qué poco faltó que empezara a rasgarme la piel con mis uñas, desesperado. ¿Sería egoísta pedirle que siguiera viviendo por mí, sabiendo por lo que pasaba cada día? Tendría que cerrar los ojos y aceptar su decisión, además ella por fin dejaría de sufrir... Dejaría de llorar todos los días, abrazada a mis pies con desconsuelo.

Pero no podía. Simplemente dolía demasiado imaginar su ausencia. No podía imaginarme un mundo sin ella, ¡era la única luz cálida que había en esta casa! ¡NO ES JUSTO! Mi madre era mi único propósito por el cual seguía viviendo. A pesar de las escasas y pequeñas sonrisas que a veces me daba, eran suficientes para llenarme de valor y coraje. No quería despedirme de aquellos ojos tan hermosos, idénticos a un océano revoltoso y tormentoso sin descanso.

Decían que los ojos eran las puertas del alma, debí haber sabido que su alma cada día se hundía un poco más en la desolación. Llora para desahogarte, le solía decir, pero en vez de eso, ella se creó un mar de lágrimas de donde ni ella misma pudo volver a emerger; hasta que fue demasiado tarde y se ahogó en su miseria. Debí haber hecho caso a esos ojos tristes, eso me decía, ¿pero, realmente eso hubiese cambiado algo?

- Ni siquiera puedo mirarte... -Susurró, mostrándome una sonrisa aguada y melancólica. Ella iba con un vestido de flores, manchado de sangre por sus muñecas cortadas, desangrándose - A ti, a mi propio hijo... Verte todos los días es un suplicio, solo me recuerda lo que él me hizo, lo que sigue haciéndome...

- ¡Voy a teñirme de pelo y ponerme lentillas de color verde! - Le dije tratando de sonar animado, sonriéndole esperanzado a pesar de que sus palabras me habían quebrado por dentro. - Mami, vamos a ser juntos, muy felices, te lo prometo... Te quiero...

¿Cómo una persona puede acabar tan rápido con su vida?

La felicidad y la infelicidad son dos caras de la misma moneda. Algunas saben controlarla, saben soportarlo. Otros, simplemente se hunden en la oscuridad y dejan que el dolor consuma sus débiles cuerpos. Mi madre me sonrió por última vez, el mar de sus ojos me dejaron sin respiración, y el sabor dulce de mis lágrimas convirtió la situación, en algo tan irónicamente agridulce que llenó de incrédulidad en mis ojos.

- Perdóname. - Ella llevó la pistola hasta introducirlo dentro de su boca, y disparó sin titubeos. La sangre salpicó la pared detrás de ella, y su cuerpo cayó sin vida delante de mí, como una marioneta rota sin cuerdas.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora