Percy tenía catorce años, cuando un entusiasta y eufórico Luke lo obligó a subir con él, por primera vez, a la atemorizante montaña rusa. A su mejor amigo le había parecido una experiencia gratificante, y no dejó de parlotear cerca de una hora sobre la fascinante sensación de estar volando en el aire. Pero para Percy, había sido horrible. Horrible, horrible y horrible. Incluso cuando regresó los pies sobre tierra firme, aún tenía la noción de estar boca arriba. Parecía que alguien había volteado su estómago. Su corazón seguía palpitando. Y el sabor a bilis se había impregnado en su lengua. Era un sabor asqueroso. Una sensación asquerosa.
Y fue exactamente eso, lo que sintió, cuando vio a Katie y Dylan bailar juntos en medio de la gente.
Al principio no había causado ninguna molestia en él, pensó que Dylan solo jugaría con ella por unos minutos y luego la abandonaría como hacía con el resto de las chicas, a las que ni siquiera les dirigía una sola mirada. Porque, Percy se atrevería a ser descarado, últimamente toda su atención parecía haber sido brindada a él. Todos sus ojos risueños. Todas sus elocuentes palabras. Toda su compañía. Dylan no había estado conteniendo nada, como si hubiera querido que Percy se embriagara de él, sin dejarle ninguna posibilidad de recuperarse. Todo se había sentido suyo. Suyo, suyo y solo suyo.
Pero allí estaba Dylan, bailando, rozando sus caderas, moviendo sus manos sobre las partes desnudas de ella como si la atesorara. Y Percy no odiaba a su prima, nunca lo hizo, pero ella estaba tocando a Dylan de formas que él jamás podría o se le permitiría hacerlo, y una pequeña parte de él... quizás no tan pequeña, desearía que alguien la pateara a la piscina y la mantuviera bajo el agua para que dejase de existir. O al menos hasta que Dylan se olvidara de ella y lo buscara a él.
—No sabía que Dylan se estaba tirando a Katie —comentó casualmente Cecil.
Y Percy sufrió un escalofrío mientras su visión se desenfocaba un poco.
—¡Claro que no! Sólo están bailando —se apresuró a decir Will, sin dejar de lanzarle miraditas como si temiera que fuera a arrancarle la cabeza a Cecil—. Los amigos bailan juntos todo el tiempo, no significa nada. Por ejemplo, Lou y yo siempre bailamos, siempre...
De pronto, Katie se acercó a la oreja de Dylan para susurrarle algo, y él sonrió, de esa forma tan provocativa que solía generar cierto cosquilleo en el corazón de Percy, y que en muchos otros, aunque lo hubieran querido ocultar, causaba el mismo efecto. Entonces ella posó la palma de sus manos sobre el pecho de Dylan, se puso de puntillas y lo besó. Lo hizo enfrente de todos, y con fogosidad, como si se estuviera haciendo un festín con la boca de Dylan; mordiendo, saboreando, lamiendo, mientras la música seguía sonando, aunque él ya no la oía, y la gente se reía de júbilo como si el hecho de Katie y Dylan besándose fuera algo para celebrar.
—¿También besas a Lou al bailar? —inquirió Cecil hacia Will, mientras le alzaba una ceja vanidosa—. Porque si es así, puede que me enoje un poquito...
—Cállate, Cecil —lo regañó Will— Solo cállate.
Luego se quedó mirando a Percy con preocupación, y le dijo algo, pero él seguía sin poder escuchar; solo había un fuerte rumor en sus oídos a causa de su propia sangre enardecida. Vio a Katie pegar más su cuerpo al de Dylan, y empezar a frotar cierta parte de su anatomía femenina contra una de sus rodillas, mientras abría ligeramente los labios como si estuviera soltando gemidos de placer.
Y Dylan, incluso cuando lo observó, con horror, guiar las caderas de Katie para ejercer más presión y sus labios seguían besándola, Percy no pudo evitar pensar que se veía hermoso con los últimos rayos del crepúsculo dándole color a sus mejillas. Hermoso y horrible, creaba confusión en su interior.