Hambrientos de Luz

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Coloqué mi bicicleta en el bicicletero (¿Creativo nombre,eh?) dejándolo allí luego de asegurarme de que el candado fuera seguro. Se sorprenderían la cantidad de ladrones de bicicletas que había cerca del instituto, realmente era ridículo cuando tenían un montón de otras motocicletas y coches lujosos que podrían hurtar a su disposición y dejar en paz a los pobres desgraciados como nosotros. Apenas y tenían algunos para comprarse una bicicleta y que otros vengan y se la roben era el colmo.

- Hey, Will. - Una voz conocida que procedía cerca mío me sacó de mis cavilaciones. - ¡Casi llegas tarde esta vez. -

- Hola Cecil. - Saludé a mi amigo, ambos chocamos palmas y nos dimos un medio abrazo. - ¿Alguna novedad?

Antes de que pudiera responderme algo detrás de mí llama su atención, el ruido que hace el autobús es estruendoso al estacionar en la parada y de allí junto con otras personas, sale Lou Ellen encontrándonos inmediatamente con su mirada y regalándonos una sonrisa amigable. Trae en sus manos una enorme caja y de su interior sobresalen alambres finos y pequeñas esferas que simulan ser planetas.

- Iré a ayudar a la señorita feminista. - Dice dándome un suave puñetazo en el hombro. - Observa y aprende para tus próximas conquistas, Solace.

Inmediatamente Cecil se apresura a llegar hasta ella para ayudarla con un ligero brillo en sus ojos que resulta ser demasiado obvio para cualquiera que le prestará atención. Detrás de Lou, baja el último escalón uno de mis compañeros de clase poseedores de unos muy bonitos ojos aguamarina que lamentablemente se veían obstruido por su pelo largo. Sus prendas eran holgadas y viejas, caminó con pasos apresurados en dirección al instituto y con la vista gacha en todo momento. El cierre de su mochila estaba abierta y sus cosas cuelgan peligrosamente detrás suyo, estaba apunto de advertirle cuando las voces enérgicas de mis amigos hace que viré hacia ellos y me olvide de él.

- Yo llevaré tus cosas, déjame ser un caballero, Lou. - Demanda Cecil intentando quitarle la caja de sus manos. - Luego te andas quejando de ser un desconsiderado, déjame que te ayude.

- Puedo sola... - Amonesta con mirada ceñuda, entonces como algo sobrenatural, el cartón debajo de la caja se abre por el peso y todas sus cosas se desparraman por el suelo. - Mierda...

Ambos se acuclillan y empiezan a juntar todas sus cosas antes de que alguien los pisará intencionadamente o tuviera la malicia de dañarlos a propósito, algo que definitivamente podría suceder con los alumnos problemáticos y niños de papis caprichosos que ingresaban al instituto.

Iba acercándome tranquilamente, el autobús vuelve a arrancar alejándose mientras tira humo negro y despreocupadamente dirijo mis ojos hasta allí. El autobús da lugar a un lujoso todoterreno pintado de color carbono y bajando del coche observo que se trata de otro de mis peculiares compañeros de clase. El todoterreno se aleja y él camino en mi dirección, es decir, iba hacia el instituto que estaba detrás de mí, claro, no junto a mí por supuesto.

Nuestras miradas se entrelazan en una milésima de segundos antes de que él aparte la suya desinteresadamente sin molestarse en saludarme, pero recuerdo que este comportamiento era habitual en aquel chico para sentirme personalmente ofendido. Él nunca saludaba, nunca sonreía, nunca hacia contacto directo con nadie (excluyendo a sus dos primos hermanos) y se mantenía lo más lejos posible de todos los estudiantes como si fuéramos un montón de zánganos sin importancia. No es como si me importará, no éramos amigos, y gracias al cielo tampoco enemigos.

- ¿No tendrás cinta adhesiva, Will? - Me pregunta a lo lejos Cecil. Asiento, y apresuró mi andar.

Estábamos cada vez más cerca, un metro, cinco pasos, nos cruzamos... Ocurre lo inimaginable, siento que sus ojos se posan en mi rostro por un efímero segundo, pero cuando lo miré por el rabillo de mis ojos él estaba ignorandome completamente con sus orbes oscuros teñidos de cansancio, y algo mucho más raro pasa a continuación cuando nuestras manos solo están separados por centímetros, siento de improviso una extraña presión en mi pecho y se necesita de todo mi auto control para no retorcer todo mi cuello y seguirlo con la mirada hasta la entrada.

No te escondas del Sol, AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora